Chile: La tragicomedia de las élites intocables
A estas alturas, resulta difícil determinar si Chile es un país en desarrollo o una mala caricatura de la Camorra. En este escenario tragicómico, los grandes apellidos los Hermosilla, los Chadwick, los Piñera, los Hinzpeter desfilan con sus títulos y diplomas como insignias de moral intachable, mientras operan en la sombra con una impunidad digna de cualquier novela de mafias.
NOTA: Alfonso Ossandón, Diario la Humanidad
Milano – Italia
Porque, ¿qué son sino delincuentes de cuello y corbata? Aquí no se trata de proteger el bien común; se trata de protegerse entre ellos, los “elegidos” que saben, de antemano, que nunca rendirán cuentas.
Juan Pablo Hermosilla se presenta como el gran héroe de esta farsa, el «paladín de la justicia,» filtrando nombres y detalles cuando y como le conviene. Pero el verdadero truco no está en la denuncia, sino en la forma en que, según le convenga, va revelando a cuentagotas las faltas de aquellos a quienes quiere enlodar.
Como si el resto de los espectadores fuéramos ingenuos, como si no se notara que detrás de cada «verdad» revelada hay un interés particular que lo guía. Lo que no dice Juan Pablo es tan relevante como lo que decide filtrar; calla cuando le conviene, porque en esta obra nadie es inocente y todos juegan en la misma liga.
Por otro lado, su hermano Luis parece haber sido asignado el papel de chivo expiatorio. ¿Debería confesar? Quizás, pero ¿de qué serviría si ya todos saben cómo funciona este teatro? Al final, siempre se reduce a lo mismo: se inculpará a los que ya no pueden hablar o fueron callados; todo puede ser. ¿Y el resto? Los «hijos de» y los «intocables» descansan en la tranquilidad de sus fortunas offshore, aseguradas en cuentas en paraísos fiscales.
Es la danza de los titanes chilenos: pisotean el suelo común y, cuando las luces comienzan a apuntarlos, escapan a la oscuridad del sistema que ellos mismos han construido para protegerse. ¿Será posible incautar las cuentas que tenían Sebastián Piñera, el «Choclo» Délano o las de sus familias? Hasta OnlyFans tiene más ética que la justicia chilena, la cual incautó lo acumulado por mostrar su trasero y fotos eróticas la nuera de Lavín.
Mientras tanto, empresas como Copec, pilar de la economía nacional, juegan con el sistema tributario como un mago con un sombrero, haciendo desaparecer sus impuestos en juegos de prestidigitación fiscal. Es vergonzoso que, en un país donde millones trabajan arduamente y pagan cada peso de sus obligaciones, estas megaempresas disfruten de beneficios y privilegios que las ponen por encima de cualquier ciudadano común.
Chile hoy enfrenta un desafío descomunal, porque cada acto de impunidad desde el más alto nivel es una bofetada al rostro de la ciudadanía. La memoria de figuras oscuras como Pinochet sigue viva, no solo por los años de dictadura, sino porque los «soldados de élite» de la democracia esos Chadwick, esos Piñera jugando al «pinochetito,» esos Hermosilla que hoy se exponen como los grandes defensores de la justicia, en realidad perpetúan el legado de privilegio y abuso.
Creían que pasarían desapercibidos, que nadie vería su sombra, pero aquí están, en las noticias, en los tribunales (o bordeándolos) y en las mismas estructuras que supuestamente juraron proteger.
Es inevitable pensar en el atentado a Orlando Letelier en Washington en 1976, cuando la violencia chilena salió de sus fronteras para perpetuar su propia narrativa de terror. Porque en eso se ha convertido la historia de las élites chilenas: en una cadena de actos de impunidad que, lejos de honrar los valores de una democracia, alimentan la desconfianza y la rabia. Los Hermosilla, Chadwick e Hinzpeter de hoy deberían ser investigados y juzgados con el mismo rigor que Mamo Contreras o el general Gordon. Pero la justicia chilena prefiere la discreción cuando se trata de estos nombres.
En esta mala comedia, Chile no merece otro final que no sea la justicia. Aquí, o impera la justicia o impera la impunidad, y si permitimos que los mismos de siempre, los protegidos de apellidos «ilustres,» continúen manipulando el sistema a su conveniencia, habremos perdido más que una oportunidad: habremos perdido el derecho a llamarnos país.
Cuánta falta hace la lucha armada , para cambiar las cosas. Lo firmo!
Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad
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