Todo 11 tiene su 13
La derrota del golpe y la victoria del pueblo

NOTA: Andrés Silva, Diario la Humanidad
Montevideo, Uruguay
La primera década del siglo XXI amanecía convulsionada. América Latina entraba en una etapa de reconfiguración política, marcada por el agotamiento del modelo neoliberal impuesto durante los años noventa y el despertar de los pueblos en busca de soberanía, dignidad y justicia social. En Brasil, Lula se preparaba para ganar las elecciones; en Argentina, el colapso económico del 2001 generaba asambleas populares; en Bolivia se gestaba una rebelión indígena y popular. Mientras tanto, en Venezuela, Hugo Chávez Frías encarnaba la esperanza de un continente, desafiando el orden imperial desde un pequeño país petrolero con enorme dignidad.
El mundo, por su parte, estaba bajo el dominio de unipolaridad estadounidense tras el colapso de la URSS. Los auto atentados del 11 de septiembre de 2001 había proporcionado a Washington la excusa perfecta para militarizar el planeta con su “guerra contra el terrorismo”. América Latina no estaba exenta de esa lógica. La Revolución Bolivariana representaba un peligro para los intereses de Estados Unidos y sus aliados en la región, no por su fuerza militar, sino por su poder simbólico, por su capacidad de despertar conciencias, reorganizar la economía en función del pueblo, y de desafiar el consenso neoliberal con una propuesta socialista y antiimperialista.
La conspiración interna, la oposición al acecho
En Venezuela, los sectores empresariales, la cúpula eclesiástica, la vieja clase política desplazada por el chavismo, y los medios privados , agrupados en Fedecámaras, la Conferencia Episcopal, partidos como AD, COPEI y Primero Justicia, y canales como Venevisión, Globovisión y RCTV, encontraron en el descontento de sectores medios una excusa para conspirar. Acusaban a Chávez de autoritario, de dividir al país, de querer “cubaninzar” Venezuela. Pero el verdadero motivo era otro, el control del petróleo y el temor a que el pueblo tomara realmente el poder.
La Ley de Hidrocarburos y los 49 decretos habilitantes promulgados por Chávez en 2001 encendieron las alarmas de la oligarquía. Se les acababa el festín de la renta petrolera. Comenzaron entonces a maquinar un plan que involucró sabotajes, una huelga patronal, llamados al paro general, y una feroz guerra mediática que criminalizaba al presidente y al proceso bolivariano.
11 de abril, el golpe mediático y la mentira como arma
Ese jueves 11 de abril de 2002, bajo el pretexto de una marcha “pacífica”, la oposición desvió a miles de manifestantes hacia el Palacio de Miraflores, en donde se concentraban manifestantes chavistas, buscando generar un caos. Francotiradores, infiltrados y sectores de la Policía Metropolitana desataron una masacre que fue rápidamente editada, manipulada y transmitida por los medios privados. La famosa “cadena del Puente Llaguno”, usada como “prueba” de que el gobierno disparaba contra el pueblo, fue un montaje. La orden de los medios era clara, justificar el golpe ante la opinión pública nacional e internacional.

Por la noche, el golpe se consumó, Chávez fue secuestrado por sectores militares golpistas, y Pedro Carmona Estanga, presidente de Fedecámaras, se autoproclamó presidente en el acto. Decretó la disolución de todos los poderes del Estado, eliminó la Constitución Bolivariana de 1999 y abolió el Poder Popular. Fue una dictadura clásica, desnuda, apoyada por EE.UU., España y Colombia. Todo ello, con el silencio cómplice de los grandes medios, que se negaron incluso a informar que el presidente había sido secuestrado.
Es importante mencionar en este punto, que una delas firmantes del decreto Carmona, que desintegraba las cámaras y todos os poderes del Estado, un golpe clásico de la época, fue María Corina Machado, quien desde entonces no se ha apartado de esas prácticas golpistas.

13 y 14 de abril, el pueblo en la calle, la historia en movimiento
Lo que los golpistas no calcularon fue la reacción del pueblo. Apenas se supo que Chávez había desaparecido, las barriadas de Caracas y de todo el país se levantaron. Sin armas, sin medios de comunicación a su favor, sin líderes visibles, pero con una claridad política admirable, miles y miles de hombres y mujeres bajaron de los cerros, bloquearon calles, se movilizaron frente a cuarteles y gritaron una consigna que retumbó como trueno: “¡Queremos a Chávez!”

La situación se tornó insostenible para los golpistas. Algunos sectores militares, viendo la magnitud de la movilización popular y recordando su compromiso con la patria, se rebelaron. Fue la reafirmación de la unión cívico-militar, en la que Chávez tanto había trabajado, pueblo y soldados juntos en defensa de la soberanía y de la Constitución. En pocas horas, la correlación de fuerzas cambió. El pueblo estaba dispuesto incluso a enfrentar al ejército si no aparecía su presidente.
El 13 de abril en la noche, tras horas de incertidumbre, una contraofensiva heroica logró restituir el hilo constitucional. En la madrugada del 14, Hugo Chávez fue rescatado de la isla de La Orchila, donde lo mantenían secuestrado. Volvió al Palacio de Miraflores como había llegado al poder, abrazado por el pueblo.
La derrota del golpe, nacimiento de una conciencia revolucionaria
El golpe de abril no sólo fracasó, sino que fortaleció al chavismo. La experiencia vivida forjó una conciencia política profunda en millones de venezolanos. No fue una victoria electoral ni una jugada de poder, fue el pueblo defendiendo su dignidad con el cuerpo. El regreso de Chávez no fue solo el regreso de un hombre, sino de un proyecto, de una esperanza, de una revolución.
Desde entonces, la Revolución Bolivariana entendió que no bastaba con ganar elecciones, había que construir poder popular, organizar a las bases, formar conciencia crítica y blindar la soberanía nacional. El 11, 12 y 13 de abril de 2002 marcaron un antes y un después. Consolidaron la unión cívico-militar como columna vertebral del proceso, revelaron el carácter fascista de la oposición y demostraron que los medios de comunicación podían ser armas de guerra.

Chávez, lejos de radicalizarse en el autoritarismo como acusaban sus detractores, profundizó la democracia participativa. Impulsó las misiones sociales, los consejos comunales, la educación gratuita y la salud popular. El golpe derrotado demostró que la Revolución Bolivariana no era una moda pasajera, sino una expresión histórica de los pueblos oprimidos. Desde aquel abril, el chavismo dejó de ser un movimiento de gobierno para convertirse en un proyecto de transformación profunda y continental.
Hoy, más de veinte años después, seguimos recordando aquellas jornadas como una de las mayores lecciones políticas del siglo XXI, cuando el pueblo se organiza, ni el imperio ni sus títeres pueden vencerlo.
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