Tecnología y Horror
El Teatro Cuántico de Occidente
En esta nueva era de hiperconexión y tecnología cuántica, la ciencia ficción comienza a fusionarse con la realidad de una manera escalofriante.
NOTA: Alfonso Ossandón, Diario la humanidad
(Milano – Italia)
El teatro ya lo predijo, con su afilada capacidad de reflejar las tensiones invisibles de nuestra sociedad. Imagínate la escena: el personaje principal, café en mano, se sienta frente a su computadora, un MacBook Pro o una tablet de Motorola, como lo hacemos todos los días.
Pero lo que parece una simple acción cotidiana —abrir un navegador o revisar correos— se convierte en una sentencia de muerte. El sonido seco de una explosión llena el teatro, el cuerpo del personaje cae, inerte, sobre el escenario. La pieza sigue, pero algo ha cambiado; los diálogos entre los personajes transcurren en una atmósfera espectral, posterior a la detonación. La tragedia no es solo la explosión, sino el control invisible que la precedió, el acto de estar siempre expuesto, siempre al borde.
Esta escena, vista en un experimento teatral e inicios de los 90 en Bruselas, puede parecer una exageración para algunos, pero encapsula una verdad profunda sobre nuestra relación con la tecnología occidental. En esta “guerra cuántica” —un conflicto hipotético pero inquietantemente plausible—, los dispositivos que utilizamos a diario no son solo herramientas de vigilancia masiva, sino potenciales bombas de tiempo.
Con la llegada de la computación cuántica, la posibilidad de que un ordenador distante, con un simple comando, transforme tu teléfono Motorola o tu computadora Mac en un arma letal ya no parece tan irreal.
En este teatro de lo cotidiano, el verdadero terror reside en la normalidad de las máquinas que usamos a diario. Los algoritmos observan cada acción, no solo para predecir nuestras preferencias, sino para dibujar con precisión nuestras coordenadas, radiografiar nuestra actividad y perfilar nuestros comportamientos.
Los sistemas de ventilación y los protocolos de seguridad física de dispositivos como los MacBook Pro, con toda su sofisticación, podrían no ser suficientes frente a un ataque cuántico de precisión.
La metáfora del sobrecalentamiento se convierte entonces en algo más profundo. La sobrecarga de la CPU, que afecta a los dispositivos cuando realizan múltiples tareas, refleja la tensión bajo la que vivimos como usuarios de estas tecnologías.
Mientras nuestros aparatos se calientan bajo el peso de procesos complejos, nosotros también sobrecargamos nuestra conciencia con la amenaza invisible que acecha detrás de cada aplicación, cada conexión Wi-Fi, cada archivo descargado. ¿Estamos, como esos procesadores, al borde de un colapso, de un final programado a distancia?
Al final, la obra de teatro no es solo una pieza de entretenimiento, sino una advertencia: la vulnerabilidad de la tecnología no reside solo en el software o en el hardware, sino en la confianza ciega que depositamos en ella. Como en el escenario, la verdadera explosión puede no ser el estallido literal de un dispositivo, sino la fractura del control que pensamos tener sobre nuestras propias vidas.
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