Elecciones en Uruguay:¿Cúpulas o bases?
Nota: Gonzalo Perera profesor, investigador, divulgador, consultor y escritor uruguayo
¿Cúpulas o bases?
Comencemos por datos básicos. La primera vuelta de las elecciones nacionales del Uruguay, que tuvieron lugar el pasado 27 de octubre, contaron con una participación del 90% de los habilitados para votar, que, inusualmente para el país, sufragaron en su inmensa mayoría varias horas antes del cierre de las mesas de votación. Se respiraba en el aire más que entusiasmo, ansiedad, por este acto eleccionario, donde la diversidad de métodos de muestreo utilizados por las encuestadoras ( combinaciones de entrevistas personales, vía telefonía fija, telefonía celular, web, redes sociales) y sus resultados inconsistentes generaba la elección con mayor incertidumbre en décadas.
Con el Partido de centro izquierda Frente Amplio ( concebido como coalición ya hace 49 años, sólidamente consolidado como estructura partidaria, más allá de las estructuras de sus partidos fundadores) en el gobierno hace 15 años enfrentando básicamente a diversas expresiones de la derecha, y al desgaste natural de ejercicio del gobierno bajo la constante presión de medios de comunicación dominantes absolutamente alineados a los dictámenes de la embajada estadounidense, contando en su haber con el mejor ciclo de expansión económica y redistribución de la riqueza en el Uruguay desde comienzos del siglo XX, la incertidumbre estaba ampliamente justificada.
Al final de la jornada, el Frente Amplio obtuvo un 40% de los votos, el Partido Nacional ( también llamado “Blanco”, uno de los partidos más antiguos del Uruguay) un 28,5%, el tradicional adversario de los blancos, el Partido Colorado, alcanzó algo más del 12% y el sorprendente partido de ultraderecha formado hace pocos meses atrás, Cabildo Abierto, cuyo electorado aún resulta difícil de caracterizar completamente, arañaba el 11%. Un total de 7 partidos pequeños más, de diversas tonalidades y características, completaban el escenario, todos con votaciones inferiores al 2%.
Así las cosas, la legislación uruguaya impone, para el último domingo de noviembre, el próximo 24, una segunda vuelta electoral donde se disputarán la Presidencia, por un lado, el Ing. Daniel Martínez, con experiencia como dirigente sindical, como empresario privado, como director de la empresa pública ANCAP, (dedicada principalmente al refinamiento de petróleo y generación de combustibles) , como Ministro de Industria, Energía y Minería, como Intendente Departamental de Montevideo ( lo cual equivale a gobernar medio país, literalmente) y con orígenes políticos en el ala moderada del Partido Socialista del Uruguay, y en el rincón opuesto, el Dr. Luis Alberto Lacalle Pou, egresado en Derecho de una conocida universidad privada, algo poco frecuente en los líderes políticos de un Uruguay donde es muy predominante (numérica, cultural y tradicionalmente) la Universidad pública, hecho además que generalmente se asocia a condiciones económicas privilegiadas. Pero Lacalle Pou posee un linaje político y características personales que merecen describirse.
Bisnieto de uno de los mayores líderes del Partido Nacional en toda su larga historia, Don Luis Alberto de Herrera (nacionalista a ultranza y conservador), es además hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle Herrera (1989-1994), bajo cuyo mandato se intentó privatizar toda empresa pública uruguaya- siendo impedido por un referéndum- y se gobernó bajo el más estricto neoliberalismo. Más aùn, su padre y su madre (Julia Pou) ocuparon bancas en el Senado mientras le abrían paso al joven Lacalle Pou como diputado, hasta que finalmente llegó a senador y ya en las elecciones del 2014 al liderazgo del Partido Nacional. Algunos apuntes de esta breve semblanza resultan muy útiles para entender las circunstancias que se abren.
En primer lugar, Lacalle Pou es claro representante del ala conservadora y neoliberal del Partido Nacional, más allá de que una hábil campaña de marketing intenta disimularlo al máximo. Eso le hace muy poco “digerible” para cierto sector del Partido Colorado (aproximadamente una quinta parte, al menos), que se siente más allegado a las posturas más estatistas y republicanas del gran líder del Partido Colorado a comienzos del siglo XX , José Batlle y Ordóñez (adversario eterno de Luis Alberto de Herrera, además). Si bien la mayoría del Partido Colorado ha sido ganado por la doctrina neoliberal de los “Chicago Boys”, este sector colorado afecto al “batllismo ortodoxo” sigue existiendo y naturalmente, se siente mucho más cercano a Daniel Martínez que a Lacalle Pou y ya ha comenzado a manifestarse en tal sentido.
En segundo lugar, el distinguido linaje político, la notoria cuna de oro en la que le tocó nacer, y el nada menor detalle de que no se le conoce trabajo remunerado alguno fuera de su condición de precoz y reiterado parlamentario, hacen que Lacalle Pou sea visualizado por muchos uruguayos de diversas procedencias como un miembro de la alta sociedad, muy distante y probablemente ignorante de las circunstancias de vida de un trabajador o de un hogar promedio.
En tercero y no menor lugar, las feroces transferencias de recursos desde los sectores populares hacia las clases dominantes desarrolladas durante el gobierno de Lacalle Herrera, con alta inflación, pauperización de sectores populares, sumisión al FMI y al Departamento de Estado, supresión de empleos y desmantelamiento de la ya débil industria uruguaya, y la indisimulable filiación de Lacalle Pou a la misma visión política (aunque, insistimos, su marketing electoral intente disimularlo al máximo), lo hacen un candidato que provoca temores, o como mínimo, incertidumbres, en amplios sectores del electorado.
En suma, no parece nada evidente que al “uruguayo de a pie”, al ciudadano común y corriente, le resulte sencillo o fácil votar a Lacalle Pou.
Lacalle Pou acaba de improvisar una “coalición” con el Partido Colorado, Cabildo Abierto y dos de los partidos menores, en un acuerdo de “cúpula”, suscrito por los candidatos presidenciales involucrados sin mediar consulta alguna, lo que le aseguraría mayoría parlamentaria en senado y diputados, y en caso de que los votantes siguieran la convocatoria de sus candidatos, una clara victoria en segunda vuelta.
Pero la política no es aritmética, por fortuna. Y el elector uruguayo en reiteradas ocasiones ha demostrado no seguir las indicaciones de los líderes a los que votó, cuando se trata de consultas plebiscitarias o segundas vueltas, y ha mostrado creciente volatilidad o capacidad migratoria entre partidos, en lapsos muy breves.
Por ende, más que una decisión entre Martínez y Lacalle Pou, Uruguay enfrenta una decisión mucho mayor: si, en el fondo, al Uruguay lo definen las cúpulas o la base misma de la sociedad.
Lacalle Pou, acorde a su visión política, apostó al acuerdo de cúpulas, y por más que ofrece muchas debilidades y escasa credibilidad que una tal coalición pueda festejar más de una Navidad sin que alguien se aleje, si dichas cúpulas, con la permanente ayuda de los grandes medios de derecha, arrastran a sus votantes. Lacalle Pou ganará la segunda vuelta.
Pero, si la militancia del Frente Amplio (la mayor, más participativa y activa de todos los partidos), que ha salido masivamente a pelear voto a voto en cientos de miles de conversaciones callejeras, de vecindario, en ámbitos laborales, deportivos, sociales, etc., logra tener éxito en apenas uno de cada cuatro intentos de convencer quienes votaron otras opciones en primera vuelta, entonces Daniel Martínez serà el próximo Presidente del Uruguay.
Esas conversaciones en la base de la sociedad tienen sólidos apoyos en los evidentes progresos en materia de derechos sociales y condiciones de vida que significaron los quince años del Frente Amplio en el gobierno, en las antes aludidas resistencias que genera Lacalle Pou, a lo cual por cierto debe agregarse que alguno de los otros candidatos “coaligados en la cúpula” suma también importantes cuotas de resistencia ante los ojos del ciudadano medio,
Por remisión a la base misma de la democracia, de la concepción republicana que inspira la constitución del Uruguay, es necesario que sea la base de la sociedad la que tome el timón y no una pequeña cúpula de derecha, menos si es liderada por tan distinguido representante de las clases dominantes por generaciones.
Al mismo tiempo, el que la base derrumbe el acuerdo de cúpulas como un castillo de naipes, significaría un enorme revolcón para la derecha continental, para los planes del Departamento de Estado para la región, y una verdadera bocanada de oxigeno para la causa común de los pueblos del sur. No puede desprenderse lo que ocurre en Uruguay de lo que està ocurriendo con signos variados, en Argentina, en Chile, en Brasil (donde Bolsonario proclamó su fervorosa adhesión a Lacalle Pou, vale decir), en Bolivia, Ecuardor y por supuesto, Venezuela y Cuba. Por lo pronto Lacalle Pou y sus coaligados ya anticiparon el viraje de la política exterior del Uruguay si triunfan, para sumarse al eje mandatado desde Washington D.C.
En la base, pues cara a cara y uno a uno, hay algo absolutamente indudable y cierto respecto a la segunda vuelta electoral uruguaya del próximo 24 de noviembre: se dilucidará muchísimo más que una simple elección entre dos simples fórmulas presidenciales.
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