Ecuador: 5 Parte. Diario de una Pandemia
Nota: Cristian Avecillas – Poetra- Escritor – Guayaquil – Ecuador
Hermanos míos:
Hoy es Viernes Santo, normalmente este sol se enconaría sobre los miles de hombres y mujeres que atestarían las calles con sus procesiones, sus ofrendas y las manifestaciones de su fe; pero hoy el encono no desciende desde el cenit, la impiedad hoy no es solar; es humana.
¿Acaso Zoila no sufrió lo suficiente, no soportó lo insoportable, no padeció lo impadecible? ¿Acaso no rogó bastante para, primero, saber si su padre vivía y, después, saber qué pasaría con su cuerpo? ¿Tenía que sufrir más? Ojalá fuese ficción esto que escribo, pero no lo es: alguien decidió que ella tenía que recibir más daño, que tenía que ser aún más humillada.
A los guardias del hospital no les bastó verla desgarrada, a los trabajadores sociales no les bastó oírla suplicante, a las autoridades que jamás llegaron a escucharla solo les bastó saber que ella es una más; quizás por eso le hicieron aún más daño, indiferentemente:
Desde la misma malla metálica que durante todos estos días marcó sus mejillas, ella vio que algunos hombres, vestidos con sus respectivos trajes de seguridad, hicieron lo insensato: esos contenedores no podían abrirse por ninguna razón pero se abrieron, no debían abrirse bajo ninguna circunstancia pero se abrieron. De adentro no solo se levantó la pestilencia de las almas, los humores y los restos, también se levantó la perra de la mortandad que esperaba a que alguien rompa esos aceros, desmonte esas soldaduras, para propagar su rabia putrefacta sentenciando, aún más, a toda una ciudad.
Sí; abrieron ese contenedor, esa fosa común, para rescatar de adentro cuatro cuerpos.
Y Zoila, que lo miraba todo, se sintió humillada, se supo inferior. “Me restregaron en la cara que hay gente más importante, que hay muertos más importantes porque tienen palancas y contactos que yo no tengo. Mis lágrimas no valen, no valen”.
Es cierto lo que dice. Parece que alguien quiso “restregarle” que hay muertos de primera clase, ruegos de primera clase, llantos de primera clase, y por ellos abrieron la calamidad de ese contenedor desatando la peste de la desigualdad; porque la verdadera pestilencia de estos días es la desigualdad.
Ella, que no tuvo tiempo para llorar a su padre porque le caía encima el toque de queda, que no tuvo lugar donde llorar a su padre porque estaba lejos de aquella mole de metal sin nombre, que ni siquiera tuvo junto a ella el rigor mortis de su muerto, ahora cree que todo su dolor es inferior.
Ella, que no tuvo abrazos para sentirse contenida, que no tuvo sacerdote para consolarse, que ni siquiera tuvo Viernes Santo para ir de procesión, ahora cree que su amor es inferior.
Y está llena de culpa: ¿será que amó menos, que le dolió menos, que no rezó lo suficiente?, se pregunta.
Ella, que no tuvo abogados que le ayuden a defender sus derechos, que no tuvo tramitadores que le ayuden a conseguir los documentos de defunción, que no tuvo periodistas que le cuenten su tristeza al mundo, que no tiene nada porque es pobre y desempleada, ahora cree que su devoción es inferior.
Ya sabíamos que la ley no es para todos, ni los privilegios ni los paisajes; ahora sabemos que la honra de llorar a quienes mueren tampoco: hay categorías de dolor. Y aunque Zoila rogó en el nombre de dios, no la escucharon, le faltó llorar más, rogar más, marcarse aún más las mejillas con la cuadrícula de la malla metálica…
Pero Zoila, amiga mía, no eres inferior. Te lo juro, te lo digo con ira, con furor: no eres inferior, ni tu dolor, ni tu amor, ni tu devoción, ni tu muerto. Y tampoco es un castigo que estás pagando por tus pecados, y tampoco es que la vida de Armengol, tu padre, haya sido innecesaria.
En los albores de la especie humana, éramos carne de las bestias que merodeaban la sabana y las cavernas. Luego llegó la cultura y nos convertimos en carnes bárbaras o en carnes plebeyas para las batallas, las cruzadas y las inquisiciones. Luego fuimos carnes de la esclavitud y de la industria. Y ahora somos carne de las estadísticas. Eso nada más.
Lo siento mucho Zoila. Siento que te sientas así, pero ahora solo somos carne de las estadísticas; aunque a diferencia de antes, cuando éramos carne de animales o cuando guerreábamos o cuando ofertábamos nuestro esfuerzo por algún salario, éramos reales. Y ahora ya no. Ahora somos virtuales, incluso nuestra soledad es virtual, incluso nuestra muerte es virtual, incluso Viernes Santo es virtual. Eso nada más.
Hasta la poesía siempre
Y desde la poesía ahora
Salud es paz
Foto: AFP/José Sánchez
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