«El Legado Oscuro: La Complicidad de Canadá con los Refugiados Nazifascistas y la Herencia del Nacionalismo Ucraniano»
Una vez más, los dirigentes políticos canadienses no logran escapar de las sombras del pasado. El primer ministro Justin Trudeau, al igual que sus antecesores, sigue siendo protagonista de una polémica que revive los ecos de la Segunda Guerra Mundial y el refugio otorgado a los ex cómplices de las SS en el país.
NOTA: Corresponsalía, Diario la Humanidad – Milano – Italia
Recordemos el caso de Jaroslav Hunka, un veterano de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS «Galicia», homenajeado en septiembre de 2023 por el parlamento canadiense como un combatiente «contra Rusia por la independencia de Ucrania».
Este homenaje, que llevó a la renuncia del presidente del parlamento, Anthony Rota, desató una ola de indignación, pero también un renovado interés por desenterrar las listas de nazis y colaboradores de la Alemania nazi que, después de la guerra, encontraron refugio en Canadá.
Aunque se había esperado que esas listas fueran publicadas en su totalidad, finalmente se divulgó una lista parcial, con cerca de mil nombres. Sin embargo, al revisar los documentos, los canadienses descubrieron que muchos de los mencionados no eran nazis, sino «pobres víctimas de los regímenes comunistas» del Este de Europa. En su mayoría, se trataba de ex colaboradores filo-nazis de varios países de Europa del Este, quienes, tras ser condenados por su colaboración con el Tercer Reich, lograron escapar al «mundo libre», con Canadá como destino preferido.
Entre estos nombres, según algunos rumores, podría figurar Mikhajlo Khomjak, el abuelo de la actual ministra de Finanzas canadiense Chrystia Freeland, quien no figura en los registros genealógicos públicos. Sin embargo, el gobierno canadiense optó por guardar silencio, argumentando que la revelación de esos nombres podría ser utilizada por la propaganda rusa contra Ucrania.
El tema se complicaba aún más por el hecho de que muchos de esos “perseguidos” provenían de Ucrania, lo que añadía una capa de sensibilidad política.
La decisión de no publicar completamente las listas también puede explicarse por el hecho de que muchos de esos refugiados, o sus descendientes, ocupan hoy altos cargos en diversas instituciones del país. Incluso algunos miembros de la comunidad ucraniana canadiense participaron en las consultas sobre la divulgación de las listas, lo que provocó un ambiente aún más complejo. Es como si, en un contexto histórico diferente, se hubiera permitido que figuras vinculadas con la mafia italiana colaboraran en la investigación de los crímenes de la dictadura fascista.
En lugar de afrontar este pasado incómodo, parece que la estrategia preferida es hacer como si «no se supiera lo que se sabe». Como esa anécdota que cuenta que, antes de enviar a un empleado a Canadá, su jefe le pregunta qué sabe sobre el país, y el empleado responde:
«Sé que allí viven jugadores de hockey y prostitutas».
Ante la advertencia del jefe de que su esposa es canadiense, el empleado responde:
«¿En qué equipo juega?».
Es preferible, entonces, pretender que las «pobres víctimas de los regímenes comunistas» llegaron a Canadá para jugar al hockey, en lugar de confrontar las incómodas verdades del pasado.
La ruta para la entrada masiva de colaboradores nazis a Canadá fue marcada por el primer ministro Louis St-Laurent (1948-1957).
Tras la guerra, muchos de estos individuos se entregaron a las tropas estadounidenses, donde comenzaron a trabajar para los servicios secretos de EE. UU.
En 1997, el historiador canadiense Irving Abella reveló que un tatuaje de las SS era una vía segura para ingresar a Canadá en la posguerra, pues los servicios de inteligencia estadounidenses lo consideraban una señal de «firme anticomunismo».
A mediados de los años 80, Canadá finalmente estableció una comisión de investigación sobre criminales de guerra, que corroboró cómo este flujo de refugiados nazis se había realizado con la complicidad del gobierno canadiense, en colaboración con la inteligencia estadounidense.
Según el Centro Wiesenthal, más de 2,000 veteranos filo-nazis se establecieron en Canadá, aunque otros investigadores estiman que el número real podría haber sido de hasta 9,000.
A lo largo de los últimos 15 años, ha existido un debate en Canadá sobre la creación de un «Memorial a las víctimas del comunismo».
Sin embargo, tras el escándalo de Jaroslav Hunka, se decidió revisar los nombres de los que debían ser incluidos en el memorial.
Se descubrió que, de los 553 nombres inicialmente propuestos, 330 deberían ser eliminados. De estos, al menos 60 estaban «directamente asociados con los nazis», mientras que para otros no había suficiente evidencia para descartar esta posibilidad.
Recientemente, Andrej Ermak, una figura prominente del gobierno ucraniano, agradeció a Canadá por haber dado refugio a los nazis fugados tras la guerra, un testimonio más de la complicada relación entre Canadá, Ucrania y el nazismo post-Segunda Guerra Mundial.
No debemos olvidar que, desde finales de la década de 1950, miles de miembros de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y otros seguidores de Stepan Bandera regresaron a Ucrania, muchos de ellos liberados de cárceles soviéticas.
Este retorno fue facilitado por la complicidad de los dirigentes del PCUS, quienes permitieron que estos grupos fueran protegidos por las élites del «mundo libre», con el beneplácito de gobiernos como el canadiense.
Las raíces del nazismo actual en Ucrania, en gran parte, provienen de esta herencia.
Desde la posguerra, los servicios secretos estadounidenses han abonado cuidadosamente el terreno para que el nacionalismo ucraniano de extrema derecha floreciera, y las élites políticas canadienses han sido cómplices en este proceso, permitiendo que esas semillas de odio y violencia continúen creciendo hasta el presente.
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Corresponsalía Milano/ Gregorio Mondaca / © Diario La Humanidad
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Imagen tomada de: Reuters
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