Los drones sobrevuelan la zona pero nadie se atreve a dispararles. Están allí precisamente para identificar las posiciones de las fuerzas prorrusas y corregir el fuego de la artillería pesada occidental maniobrada por las tropas ucranianas. Cuando la batería está a punto de agotarse, aparece un nuevo dron que cumple las funciones del que vuelve para cargarse.
Una y otra vez, las fuerzas de Kiev intentan recuperar el control total de Peski, que ahora es un lugar fantasma. Entre los enormes muros de los edificios en ruinas se esconden los combatientes, muchos de ellos en guerra desde hace ocho años. Es un pequeño ejército de sombras realiza operaciones en estas calles que antes tenían 2.000 habitantes.
Todos los días, casi religiosamente, excepto cuando está en misión, hablo con Alfonso Cano, nombre de guerra de Alexis Castillo, un comunista colombiano que vivia en el Estado español y que decidió adoptar el seudónimo de uno de los comandantes históricos de las FARC, una de las guerrillas más antiguas del mundo.
“Acabo de llegar”. Se oye una gran explosión al otro lado de la llamada. “Alexis, ¿estás bien?”, pregunto. “Joder, ¿escuchaste?”, responde. Estamos a pocos kilómetros de distancia. Pesky está justo al lado de Donetsk y es allí donde tienen lugar algunos de los combates más encarnizados en esta región. Desde mi noveno piso en el barrio de Voroshilovsky, mientras escucho a Alexis, veo a una mujer sacudiendo una alfombra en la ventana a pesar de las explosiones. A veces, cuando el fuego de la artillería ucraniana no cae sobre las posiciones prorrusas, el colombiano sabe que Ucrania está atacando Donetsk. Él oye los disparos y yo los impactos.
Lo conocí en 2018 cuando llegué por primera vez al Donbass en plena guerra civil. Entonces, caminaba con una muleta mientras se recuperaba de una operación en la pierna tras caer herido en la batalla por el control del aeropuerto de Donetsk.
Alexis cruzó medio mundo para luchar junto a los rebeldes de Donetsk en el Batallón Vostok, una milicia armada que reunía a cientos de extranjeros dispuestos a dar su vida contra un régimen que consideraban fascista. No pocas veces Alexis, entre otros, comparó su decisión personal con la de los miles de trabajadores antifascistas en 1936, cuando decidieron unirse a las Brigadas Internacionales en España para combatir el golpe de estado del franquismo y luchar por un pueblo que no era el suyo. Me contó que tomó esa decisión el día que vio las imágenes de la masacre de Odessa en la Casa de los Sindicatos, que tuvo como víctimas a 42 antifascistas, muchos de ellos quemados vivos.
“Tío, aquí hace un frío en la noche que te cagas. No sé como va a ser el invierno”, me dice mientras me explica que las fuerzas ucranianas perdieron varios soldados, un tanque y varios carros de combate en el último ataque en Pesky. “Cuando nos veamos te voy a mostrar un vídeo de un armado norteamericano que destruimos”.
Nos pasamos horas al teléfono hablando de todo y de nada. Hablamos de operaciones militares, de los avances y retrocesos, hablamos de cómo creemos que será el futuro, hablamos de política internacional, hablamos de grupos punk de Madrid y del País Vasco y hablamos de nuestros platos favoritos.
“Cuídate mucho, hermano”, nos despedimos siempre así. Como si pudiera ser la última vez que hablamos. Como si mañana ya no pudiera quejarme de la falta de bacalao o como si mañana ya no pudiera proclamar la supremacía del ron sobre el vodka. Y esta vez lo fue de verdad. Fue la última vez que nos despedimos. Alexis cayó bajo el fuego de la artillería en un país que no era el suyo con la convicción de que luchaba contra el fascismo.
Hay muchas madres de ambos bandos que lloran la muerte de sus hijos y no hay nada más terrible en una guerra que esta letanía de cadáveres desfilando ante nuestros ojos. En el Donbass, estamos recogiendo cadáveres y un día miraremos con la distancia de las arrugas del tiempo a todos estos hombres que nunca envejecieron, que nunca conocieron a sus nietos. Esta noche es la madre de Alexis la que llora, su compañera y con ellas

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