Venezuela: de la amenaza militar a potencia económica

De los discursos de Trump en la ONU a la tribuna otorgada a Netanyahu, la guerra mediática contra las milicias bolivarianas y el plan de producir tres millones de barriles diarios en tres años.
NOTA: Andrés Silva, Diario la Humanidad
Montevideo, Uruguay
El 23 de septiembre de 2025, Donald Trump volvió a pararse en la Asamblea General de Naciones Unidas con la arrogancia propia de los emperadores modernos. Frente al pleno mundial, amenazó directamente a Venezuela, advirtió que podía “ser bombardeada” si continuaba en lo que llamó “camino socialista dictatorial”, y repitió la vieja retórica de criminalización de la revolución bolivariana. En el espacio que debería ser un foro de diálogo y diplomacia, se utilizó nuevamente el lenguaje de la guerra y la destrucción contra un Estado soberano que, en medio de un bloqueo y sanciones económicas, mantiene procesos electorales y defiende su independencia.
La escena parece sacada de un manual de cinismo político, un presidente de Estados Unidos, país que ha invadido más naciones que ningún otro en la historia moderna, erigiéndose en juez y verdugo. Y como si eso no bastara, la ONU abrió micrófonos a figuras que cargan con responsabilidades directas en guerras de exterminio y ocupación. Pudo verse al terrorista Tahrir al-Sham jefede Al Qaeda, se permitió hablar a presidentes acusados de terrorismo y, lo que es aún más indignante, se dio tribuna a un genocida como Benjamín Netanyahu responsable del genocidio en contra del pueblo palestino. ¿Cómo se entiende que mientras se acusa a Venezuela de “narcoterrorismo”, se normalice en ese mismo espacio la voz de quienes encabezan políticas de limpieza étnica y crímenes de guerra?
El señalamiento contra Venezuela no es inocente. Los medios hegemónicos del norte y buena parte de Europa se burlan constantemente de sus milicias populares, las presentan como una parodia de campesinos armados que no resistirían ni un día frente al “poderío” del Pentágono. Los “analistas” de plató televisivo sueltan risas fáciles, como si no existiera en la historia reciente una larga lista de pueblos que derrotaron a sus opresores con ejércitos de base popular. Vietnam lo hizo contra Francia y luego contra Estados Unidos, aplicando la doctrina que el general Vo Nguyen Giáp sistematizó en su manual Guerra del pueblo, ejército del pueblo. Cuba derrotó a la dictadura de Batista, sostenida por Washington. Argelia resistió y expulsó al colonialismo francés a un costo enorme en vidas, Nicaragua contra Somoza, Angola y Mozambique contra Portugal.
El principio es sencillo y brutal a la vez, no se trata de medir la cantidad de tanques o bombarderos, sino de la capacidad de un pueblo entero para sostener una guerra prolongada, desgastando al invasor hasta quebrarlo política y moralmente. Giáp lo dijo sin rodeos: “En una guerra de este tipo, el ejército regular por sí solo no puede vencer; debe integrarse en el pueblo, y el pueblo entero debe convertirse en combatiente”. Esa lección fue aprendida con sangre en la selva vietnamita, donde campesinos descalzos hicieron retroceder al ejército más poderoso del planeta.
En Venezuela, la burla mediática hacia las milicias desconoce que la guerra popular no se mide en memes ni en videos de TikTok, sino en organización territorial, en la decisión colectiva de defender un proyecto. Cuando Estados Unidos amenaza desde el Caribe con su flota, lo que enfrenta no es únicamente a las Fuerzas Armadas Bolivarianas, sino a una sociedad que ha asumido, que su independencia está en juego. Allí radica el núcleo de su defensa.
Los mismos que hoy llaman a Venezuela “narcoterrorista” son los que sostienen la economía estadounidense en buena medida con la industria armamentista y con organismos como la DEA, cuya actuación en América Latina ha estado ligada a operaciones de encubrimiento, manipulación de mercados ilegales, operan con los narco colombianos y los carteles mexicanos y operaciones e desestabilización política. Se acusa al Estado venezolano de financiarse con drogas, cuando basta revisar la historia reciente de Estados Unidos para encontrar la connivencia de sus agencias en el negocio más lucrativo y sangriento del continente.
La contradicción es obscena, un país como Estados Unidos, que fabrica y exporta muerte a través de sus armas y que multiplica guerras para sostener su hegemonía, pretende dar lecciones de democracia y acusar a Venezuela de terrorismo. Y, para colmo, en la ONU, se legitima la voz de Netanyahu, responsable de un Genocidio, de ordenar bombardeos indiscriminados contra Gaza, contra escuelas y Hospitales asesinando a cientos de miles de palestinos, de asfixiar a millones de palestinos bajo ocupación y de ignorar sistemáticamente el derecho internacional. Que la ONU le otorgue tribuna a un genocida mientras calla o criminaliza a un Estado que defiende su soberanía revela hasta qué punto el orden global está manipulado por el poder del dinero y las armas.
En este contexto, hay preguntarse, ¿qué capacidad real tiene Venezuela de sostener su modelo y proyectarse hacia el futuro? Desde el punto de vista militar, una gran capacidad de resistencia con armas de gran poder, la defensa está enraizada en la doctrina de guerra popular, ejército regular articulado con milicias territoriales, entrenamiento extendido en la población, disposición a una guerra prolongada. Pero la verdadera proyección de potencia no se juega en el campo militar, sino en el económico.
El gobierno venezolano se ha propuesto alcanzar tres millones de barriles de petróleo diarios en tres años. Cuando logre su objetivo, el país se reposicionará como un actor central en el mercado energético mundial, ya van por mitad. No es un cálculo abstracto, hablamos del país con las mayores reservas probadas de crudo del planeta. Los años de colapso en la producción no se debieron a la falta de recursos, sino a la guerra económica, el sabotaje, las sanciones y la fuga de técnicos. Una vez superados esos obstáculos, con inversiones de Rusia, China, Irán e India, la recuperación de PDVSA abre la posibilidad de ingresos suficientes para financiar políticas sociales y diversificación productiva.
¿Puede Venezuela ser una potencia económica en cinco años? Si entendemos por “potencia” un país capaz de incidir en su región y condicionar la política internacional, la respuesta es afirmativa. No será aún una economía diversificada como la de Brasil o México, pero sí un polo energético y geopolítico de primer orden, con capacidad de negociación en la OPEP y con margen para impulsar la integración latinoamericana en clave de soberanía.
Lo que está en disputa, entonces, no es solo el petróleo ni la defensa territorial. Es el derecho de un pueblo a decidir su destino sin ser tutelado por imperios que se financian con guerras, drogas y armas. Es la legitimidad de un Estado que, con todos sus problemas, mantiene procesos electorales, y que sin embargo es demonizado, mientras se aplaude a criminales de guerra en los mismos foros internacionales.
La historia enseña que los pueblos no siempre eligen el terreno de sus batallas, pero sí el modo de resistirlas. Vietnam, Cuba, Argelia, Nicaragua, Angola, Mozambique y tantos otros lo demostraron. Hoy Venezuela recoge ese legado, bajo la burla de los medios y la amenaza de las flotas extranjeras. Si logra transformar su petróleo en base económica para una soberanía duradera, y si logra mantener la cohesión social necesaria, en cinco años será no solo un país en resistencia, sino una referencia inevitable en la geopolítica latinoamericana.
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