Nota: Marcelo Damonte – escritor, ensayista y profesor – Uruguay – Montevideo

Puede resultar inconcebible, para algunas personas, que un hecho trivial,  perfectamente podría decirse que perteneciente al perfil más frívolo de la comunicación,  como lo es el tabloide británico, y, aun, proveniente de un ámbito lúdico (también  comercial, y creo que eso es importante a la hora del juicio) como lo es el fútbol, pueda constituirse en trascendental para la humanidad.

Especialmente, cuando lo que acapara  los media es una búsqueda frenética y carnavalesca de una víctima, de un “otro”  indescifrable y distante, un habitante de ese submundo que los imperios se empeñaron en  conquistar, y más tarde colonizar. Es interesante, por otra parte, el afán de cierta prensa  amarilla por trascender las fronteras de su propio círculo y tratar de imponerse en otros territorios, demostrando que la incomodidad que trasunta su ignorancia no es obstáculo  para una mentalidad acostumbrada al poder, y a que los súbditos respondan ante él,  tratando de funcionar como normalizador moral y ético socio cultural de otras naciones  y sus costumbres. Naturalmente que ninguna disciplina –incluso el fútbol– escapa al  arrebato de poder ser visibilizada desde un punto de vista ético o moral o humanitario,  como es bien sabido. Pero ese no es el caso al que voy a referir con estas notas; menos,  aún, cuando la institucionalidad, la empresa o sociedad anónima (hoy en día son más o  menos la misma cosa), o mismísimo sujeto que precipita el impulso por el respeto de la  moral humana o ética socio cultural –según lo asienta en su literatura la historia universal  y la crítica historiográfica de todo el mundo– tiene tanto en la agenda del debe, en  términos de humanitarismo, ética moral, como lo tiene el imperio británico,  especialmente Inglaterra.  

Más allá de resultar archisabido (aunque quien escribe no tiene tan claro si es que  debería acontecer de ese modo) que el impulso carnavalesco que guía a los inventores de  la prensa amarilla y las revistas del corazón ha sabido oficializar bufonadas de toda  índole, lo que asombra es la falta de prurito para olvidar (por supuesto que simular un  olvido) siglos de historia de barbarie, racismo, esclavizaciones y violación de los derechos  humanos más fundamentales. Y, para la ocasión, qué importa que el tema sea el fútbol,  el ajedrez, el backgammon o las joyas de la corona; en cualquier caso, quien suscribe no  se jacta de organizar semejante debate, al que considero vil, odioso, y, lo reconozco, esencialmente, descreo que amerite mayores comentarios. De todas maneras, es  importante que la desmemoria siempre resulte de manera equitativa, y que los olvidos no  pierdan de vista que, al día de hoy, las políticas decoloniales y el trato igualitario que se promulgan por todo lo ancho y largo del mundo han despejado algunas dudas que  quedaban acerca del maniobrar y manipular de los imperios y conquistadores de turno,  en términos de procederes morales o éticos culturales.  

Prisioneros Mau Mau a manos del ejército británico en Kenia – lavanguardia.com

Haciendo un poco de historia, y lamento diferir el tema en cuestión, aunque  prometo que no va a ser tan largo el acaecer, está grabado en los libros, por fortuna, el  recuerdo del comercio humano de esclavos, el abuso y el maltrato al hombre y su cultura  que propició el dominio imperial británico del comercio de ultramar y la colonización de  toda isla, continente o región al que se acercó para usurpar sus materias primas y riquezas  fundamentales. Ejemplo de esto constituye el usufructo desmedido y penoso que La  Compañía de las Indias Orientales ejerció sobre Asia y Medio Oriente entre los siglos  XVI y …, en cuanto a la manipulación del mercado y los bienes ajenos, hecho que no  consistía en otra cosa que operar en beneficio propio imperial, y, por supuesto, en  perjuicio de los pueblos invadidos –que eran los que poseían la materia prima y la  riqueza–, para estafarlos, obligarlos y someterlos a intercambios injustos, amén de  impuestos, y en muchos casos provocando guerras, diseminación y aculturación abusiva, oficiando, en todo momento, bajo la máscara de un protectorado inicuo, inmoral, ilegal y  escandaloso. Un caso específico es la guerra del opio, por la cual el imperio británico (el  inglés) supo diezmar y adormecer cuerpos y espíritus en territorio asiático. No menos  primordial muestra de racismo y desprecio por las otras culturas fue la imposición cultural  con que el sombrero de la corona inglesa sometió tierras africanas, islas caribeñas y otros espacios geográficos hasta ese entonces independientes. Un imperialismo rufián, goloso, angurriento, padrote de un proceder que la mayoría de las veces, en términos económicos,  fiscales, políticos, socioculturales y por supuesto éticos, morales y humanitarios, funciona  soto la normativa de la imposición coactiva y la amenaza por el poder armado. No hay  que irse muy lejos. El caso de las islas Malvinas –allende las malas decisiones del  gobierno militar argentino de turno– es un caso al que habría que prestarle otra atención,  si no fuera que los tabloides ingleses están ocupados con el carnaval de la realeza y los  dichos de los jugadores de fútbol.

Soldados Argentinos heridos en la guerra de Las Malvinas, muchos de ellos adolescentes – fmartika.com.ar

No obstante, la debacle de Malvinas, en su parte más  incongruente y despojada, invisibilizada por la borrachera militar bonaerense y la caída  en paracaídas de mercenarios asesinos que degollaron y masacraron a piacere a muchos jóvenes argentinos, no hay que olvidar que antes, Estados Unidos, primero, con la  revolución de las colonias, y luego la Banda Oriental, supieron echar a patadas de la  región al imperio invasor. Es por ese motivo, y por todos los antes descritos parcialmente,  que cuando uno escucha la noticia de que un jugador de fútbol uruguayo (para este caso,  Cavani, pero podría ser cualquier otro que brillara en un scratch inglés; lo fue Suárez, en  su momento, y quién sabe si Maradona no pagó en vida y con creces la avivada de “la  mano de Dios”) responde a un saludo en una red social con una frase coloquial de claro  tono local, como lo es el ahora famoso “gracias, negrito”, y todos los adalides de la moral  y ética inglesa saltan como pelotas para juzgar, descalificar y buscar penalizar el  comentario, resulta imposible eludir estas memorias que hoy traigo a colación. Para que  no se olvide lo que es imprescindible que permanezca en la memoria, para el bien de  todos y la justicia, y la moral y la ética de todos, y no de unos pocos. He aquí lo  importante: la noción de igualdad incluye a todos. Y aquí hay que dejar en claro lo  inusitada y sorprendente calidad de la reacción, lo injustificado y la raíz ignorante que la  sustenta, si no la perfidia y la hipocresía. En primer lugar, dado el desconocimiento  cultural, por la inoperancia crítica al juzgar un comentario que, en el ámbito del Uruguay,  resulta un gesto de cariño, de afecto, muy lejano, demasiado, de una acción racista o  xenófoba. La cultura afrodescendiente no tiene nada que ver con esto, y en esto voy a  discrepar respetuosamente con la opinión vertida en el Canal 10 del Uruguay por el  filósofo Javier Massa, en vista de las versiones difundidas por las redes, los medios de  prensa (los tabloides ingleses) y los canales de televisión, acerca de la posible sanción al  futbolista Cavani por parte de la federación inglesa de fútbol (lo pongo así, con  minúsculas, por opción personal). En esa ocasión, Massa opinó que había una perspectiva  que podía tomar como racismo el dicho de Cavani, y otra que podía no considerarlo de  esa manera. Aclaro, no es que me importe particularmente el hecho en sí mismo, supongo  que Cavani ya se conformó con pedir las disculpas del caso y zanjar por lo sano la cuestión (¡el fan al que Cavani agradeció ni siquiera era afrodescendiente!, lo que legitima con  mayor contundencia la cuestión de los fueros culturales). En ese sentido, creo que hay  que dejar clara la intromisión que se suscita en los asuntos identitario-culturales del  Uruguay, como país, como nación. El avasallamiento de una forma de expresión que es  característica de un lugar y una región, y cuyo valor está dado por la costumbre y los  contactos que la sociedad local respeta y sabe discernir culturalmente. Está en nuestro  imaginario, y está claro que en ese tipo de cuestiones no debería acontecer la intromisión  de otro Estado, especialmente de uno que poco ha sabido respetar las identidades culturales ajenas, en el pasado, y, por lo que se ve también ahora. En todo caso, a mí,  particularmente, me da la impresión que lo inmoral, la xenofobia, el racismo (si así  quisiéramos llamarlo, aunque la noción de raza ya no es considerado en términos  científicos; podríamos hablar de culturas, de etnias, pero la impronta de la raza que tantos  años duró supo terminarse con la chamusquina del bigote de Hitler) viene del otro lado,  del lado del desprecio imperial por las culturas otras, por los modismos o los gestos  culturales que, de manera libertaria, independiente y decolonial, se hace imprescindible  ejercer desde la libertad de expresión, y en tanto comunicación exenta de prejuicios y  acciones de separatista.

La Reina suele llevar un par de guantes de repuesto / Gtres

Sobre todo, sabiendo de dónde procede, de quién viene, de un  periodismo que se bambolea entre los cortinados aterciopelados de noticias frívolas que  festejan bodas reales, de una realeza que se pone guantes para saludar al pueblo, a sus  festejantes (¡qué ironía, en pleno siglo XXI!), y las novedades tal o cual músico de rock  al que pescaron metiéndose cosas por la nariz en una fiesta privada. Implícita está la  violación de los derechos privados, otra intromisión, aunque menos salvaje que la de corte  imperialista, pero avasallamiento al fin, de parte de unos ignorantes inescrupulosos que  pretenden ser prescriptores de una moralina de paquete, de latón, que comercia con  intereses demasiado alejados de las políticas de humanidad y bien común, como para  constituir otra cosa que no sea un hecho trivial. Los inventores del tabloide sabrán, aunque  renieguen o aparten de sí, de sus memorias locales más injustas y perversas, la realidad  más profunda, que esto es así, aunque no lean esta nota, aunque no les importe, porque, como hizo Daniel Defoe en su Robinson Crusoe, cuando le puso un nombre de día de la  semana al pobrecito indígena que encontró en la isla, imponiendo como obviedad que  aquellos hijos de las colonias y de las islas no necesitan nombre, y que el otro no tiene lugar ni razón de ser en la corte y el espíritu imperial, yo te llamaré Viernes. Es por todo  eso que yo le agradezco a Cavani la oportunidad, la excusa que sin saber me brindó para  recordar, para hacer y dar memoria. Gracias, negrito.

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Foto: EFE

Los articulos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.

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