El “nuevo Antisemismo”. ¿Antisemita o Antisionista?

0

Nota: Nicola Hadwa y Silvia Domenech Analistas internacionales Especialistas en temas principalmente del Medio Oriente.

La información que brinda internet, basada en los datos de la Liga Antidifamación, creada y mantenida para apoyar a Israel y callar a sus opositores, muestra que es después de la elección del presidente Trump que se han incrementado los incidentes contra personas judías en Estados Unidos. Y lo mismo ha estado sucediendo en Alemania y en Francia y en otros países europeos donde la mayoría de los incidentes antisemitas se debieron a motivaciones de extrema derecha. 

Los mismos líderes judíos de Pittsburgh, donde en octubre se realizó un ataque en contra de una sinagoga, subrayaron en la carta que enviaron al presidente Donald Trump que el atentado fue la culminación directa de su influencia, al envalentonar en sus discursos y políticas el creciente movimiento supremacista blanco. Crecimiento que constataba ya la ONU en agosto del 2017, la cual denunciaba la proliferación y la creciente prominencia en Estados Unidos de odio organizado y de sectores de extrema derecha, neonazis y supremacistas blancos. Lo que no es difícil de entender, dada la conversión del racismo en credo oficialmente fomentado por el gobierno de ese país, lo que da razón al racismo de sus ciudadanos y lo agudiza según sus necesidades. Verdad que todo el mundo sabe y sugiere, y es hora ya de empezar a llamar por su nombre: racismo de Estado, desatado oficialmente hoy en Estados Unidos. 

Todo ello contradice el viejo argumento de que la mayor parte de los actos contra judíos son obra de musulmanes y activistas de izquierda propalestinos. Aunque el New York Times, en su edición digital del 30 de julio 2018, volviera a sugerir que, como antes, debían de haber sido los musulmanes el principal grupo identificado como perpetrador de esos ataques. Y, a pesar de que cada vez más se publique en los medios que los principales impulsores del resurgimiento antisemita y uno de sus principales promotores es el BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) el cual, de forma calumniosa, es presentado como un movimiento terrorista que odia a los judíos, cuando en realidad es una iniciativa pacífica surgida en 2005 de gran parte de la sociedad civil palestina, apoyada por millones de personas del mundo entero especialmente pacifistas, como alternativa para luchar y denunciar de forma activa la ocupación, la colonización y el régimen de apartheid que Israel practica desde hace décadas contra el Pueblo Palestino.  No obstante, si se miran bien los datos que ofrece la propia Liga Antidifamación y los que ofrecen las Estadísticas de crímenes de odio del FBI de Estados Unidos sobre los delitos e incidentes motivados por prejuicios en ese país es posible darse cuenta de que, si bien es cierto que los delitos totales han crecido de forma absoluta, y el peso en el total de los incidentes contra los judíos ha crecido, aunque levemente, dicho peso se mantiene en un rango entre el 10 y 20%. Sin embargo, los indicadores de violencia relacionados con el color negro de la piel y la procedencia hispana o latina, aunque han disminuido ligeramente, se mantienen con un peso entre el 35 y el 40% del total. Si comparamos, asimismo, los datos anteriores con las cifras suministradas por la Liga Antidifamación sobre los incidentes reportados como antisemitas, entonces resulta que éstos últimos no alcanzan a ser ni el 10% del total.

A pesar de todo lo anterior, es prácticamente sólo al “crecimiento sin freno”, como anuncian muchos, de los incidentes contra los judíos, tanto en Estados Unidos como en otros países, a lo que la media está prestando atención, creando una campaña de histeria sobre este hecho, sin dudas totalmente condenable, tanto como lo son los demás. Y es sólo respecto a él que se escriben múltiples artículos, se celebran conferencias internacionales y marchas multitudinarias. 

Así, llama la atención que, relacionado con esta situación, en noviembre de 2018 se celebró en Viena bajo la presidencia del canciller austríaco Sebastián Kurz – calificado por cierto por el Ministro de Asuntos de la Unión Europea de Turquía como un representante de la islamofobia y el racismo -, la conferencia internacional “Europa más allá del antisemitismo y el antisionismo”. En ella se dieron cita políticos, parlamentarios, dirigentes judíos y académicos de Europa, Estados Unidos e Israel para, según declararon, combatir ese mal. Su fin real, sin embargo, fue buscar consenso para que se adopte la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) la cual – y esto es lo más interesante -, no considera como antisemitismo sólo los incidentes contra los judíos, sino también los ataques contra Israel, concebido éste como una colectividad judía. Idea expuesta públicamente por el presidente  francés Emmanuel Macron, el cual se refirió al antisionismo en un evento en marzo de 2017 como una nueva forma de antisemitismo. 

Dicha conferencia fue sólo un paso previo, y sus resultados fueron presentados en la reunión del Consejo Europeo que tuvo lugar en diciembre de 2018, en la cual los veintiocho jefes de Estado o de Gobierno de los Estados miembros aprobaron una declaración que reconoce la definición del IHRA, lo que significa la toma de una postura política común que posibilita homogenizar el objetivo a lograr en el “combate contra el “antisemitismo”, y crea condiciones para nuevos pasos, entre ellos, estimular a los gobiernos a tomar medidas prácticas y legales en esa dirección. 

Resulta entonces, que el recrudecimiento del supremacismo blanco que ha incrementado el racismo y la xenofobia, y los crímenes de odio en general – proceso que, por supuesto, no viene de la nada, sino que es producto a su vez de los ajustes y desequilibrios que está sufriendo en la actualidad el modelo imperialista norteamericano en sus desesperados esfuerzos por mantener la hegemonía mundial, pero este es otro tema -, está siendo capitalizado por el movimiento sionista y claro está, por Israel. Y está siendo capitalizado con el fin de lograr, por lo menos obviamente, varios propósitos bien definidos: detener la caída que viene produciéndose del número de inmigrantes a Israel, mejorar la imagen internacional de esa entidad logrando, a su vez, protegerla contra todo tipo de críticas. Y, sobre todo, eliminar cualquier forma tangible de protesta contra la actual ocupación y destrucción sionista de Palestina y, en especial, liquidar el BDS.

Dicho en pocas palabras, lo que se pretende ahora es, entonces, que el antisemitismo, que hasta ahora había sido utilizado para “empujar” a las masas judías” hacia Israel, se transforme, además, en un instrumento para callar, perseguir y castigar toda crítica a Israel.

El “antisemitismo” 

La palabra “antisemitismo” empieza a usarse cuando el político alemán Wilhelm Marr lo acuña para calificar el odio a los judíos. Y lo hace aplicando la expresión “semita”, que es un término extraído del mundo de la lingüística, a las supuestas peculiaridades raciales de los judíos definidas por él, en el año 1879 y en medio del proceso que, asociado a la exacerbación del nacionalismo alemán desembocaría en el futuro en el surgimiento del nacionalsocialismo nazi. 

Así, el término “antisemitismo” surge asociado a la ideología racista. Ideología que no sólo niega el derecho a la diferencia, sino a la igualdad basándose en un conjunto de concepciones teóricas enseñadas como verdaderas que intentaron demostrar que las diferencias entre los hombres eran genéticas. Estas concepciones racistas fundamentaron no sólo el nacionalsocialismo alemán, sino que acompañaron el desarrollo del capitalismo e impregnaron y justificaron también, entre otras, las políticas del colonialismo europeo, incluyendo el reparto de África y la colonización y el reparto del Medio Oriente, así como la llamada “conquista del oeste norteamericano” (léase exterminó y reclusión en reservas de buena parte de la población nativa), la larga tradición segregacionista post esclavista de Estados Unidos, y el “apartheid” en Sudáfrica. 

Es curioso, no obstante, que nadie hable ni recuerde que, en la historia del sionismo, no son pocos los abanderados del tema de las peculiaridades raciales de los judíos, contando con importantes figuras que desde mediados del siglo XIX, e impulsados por la expansión de las teorías racistas que ya empezaban a fermentar en la década del cincuenta como el historiador Heinrich Graetz y el filósofo Moisés Hess, hasta líderes  del movimiento sionista, como Zeev (Vladímir) Jabotinsky, han sostenido que no es solo la religión lo que impide la asimilación de los judíos, sino el hecho de constituir una raza. Lo que si analiza el historiador israelí Sholmo Sand en su libro La invención del pueblo judío, el cual ha sido criticado, e incluso amenazado, por los resultados obtenidos en su investigación. Y que tampoco se pueda leer mucho sobre los innumerables esfuerzos y los recursos gastados en vano por la entidad sionista para intentar buscar el “gen judío”. Aunque, como también dice Sand, el tema de las investigaciones sobre la “raza judía”, después de la II Guerra Mundial haya sido sustituido por el respetable título científico de “estudio de las comunidades judías”. Y diversos historiadores hayan reclutado el concepto más respetable de ethnos para preservar el íntimo contacto con el distante pasado. 

El racismo biológico, a pesar de haber sido superado, dejó su lugar a una especie de racismo cultural y diferencialista. Un racismo sobre la base del cual los colectivos de inmigrantes en general, y los sectores de la población nacional que no compartieran las tradiciones, estilos de vida, religión y valores de la civilización occidental cuyas raíces serían europeas y cristianas, no serían integrables ya que existiría una incompatibilidad irreconciliable entre ellas. En ese proceso subsiste durante el siglo XX la noción de antisemitismo sin grandes controversias relacionado, en esencia, con actos de hostigamiento consciente a los judíos que suponen discriminación u odio raciales. Y, como tal,   llegó a convertirse en el más eficiente instrumento de violencia, de connotación política, empleado de forma premeditada para que la nueva concepción del mundo que se abre paso en ese momento en el seno imperialista, la ideología sionista, estableciera su base terrenal, la entidad sionista, y pudiera contar, a través de la inmigración de judíos, con la fuerza de trabajo necesaria para su establecimiento y desarrollo, dando sentido así a su proyecto político y ganando apoyo entre la población judía en los distintos países. 

Sobre todo porque el antisemitismo ha constituido la principal arma utilizada por Israel, como entidad etnográfica, en su lucha contra la “asimilación judía”, a partir de la concepción sionista de que, al constituir los judíos un pueblo aparte, una nación, los judíos no pueden vivir dentro de otras naciones, y por ello son objeto de un “natural” rechazo. Lo que provoca continuamente situaciones de inseguridad y clima de desconfianza interna entre los judíos en los distintos países que estimulan y exige su emigración hacia Israel. Y esto lo reconocen los propios sionistas. Así, se escribe en el sitio de Ynetnews de Israel, Para hacer justicia al gobierno de Netanyahu, permítame calificar mi declaración diciendo que todas las formas del sionismo tienen la percepción de que un cierto grado de antisemitismo beneficia a la empresa sionista. Para decirlo más claramente, el antisemitismo es el generador y aliado del sionismo. Las masas de judíos abandonan su lugar de residencia solo cuando su situación económica y su seguridad física se ven socavadas. Las masas de judíos son empujadas a este país en lugar de sentirse atraídas por él. El anhelo por la tierra de Sión y Jerusalén no es lo suficientemente fuerte como para llevar a millones de judíos al país que aman y hacer que se aferren a sus terrones. ¡Y esto fue escrito antes de Trump, en el 2016!

No es casual, entonces, que exista una correlación directamente proporcional entre las variaciones en la magnitud de las acciones contra los judíos y las de las cifras de los inmigrantes que llegan anualmente a la entidad zionista. Pero lo cierto es que, así y todo, el número de inmigrantes que han estado llegando a Israel en los últimos años ha ido disminuyendo, a pesar de que, luego de los atentados terroristas del ISIS a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo, y al mercado kosher en el este de París en el 2015, se aprobaron un grupo de planes especiales que concedían múltiples beneficios a los judíos que vivan en Francia, Ucrania y Bélgica para estimular su emigración hacia Israel.

Aspectos precisamente en que sus concepciones coinciden con la filosofía de los supremacistas blancos. Un testimonio de lo anterior lo dan las declaraciones de Richard Spencer, presidente del Instituto de Política Nacional (un think tank de los supremacistas blancos con base en Arlington, Virginia, Estados Unidos). El mismo se caracteriza como un sionista blanco, y declara: “Quiero que tengamos una patria segura que sea para nosotros y para nosotros mismos, tal como ustedes quieren una patria segura en Israel”. 

Desde los primeros años del siglo XXI lo anterior, no obstante, ya no es suficiente. El antisemitismo fue llevado a otro nivel al transformarse en una tarea estratégica fundamental para estigmatizar a todos aquellos que se opongan a Israel, así como para perseguir y bloquear todo tipo de crítica a sus políticas racistas y genocidas, estimulando el antisemitismo para presentarlo como posiciones antiisraelíes y anti sionistas. En esa tarea una organización intergubernamental jugará un importante papel: la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por su sigla en inglés). La misma reúne a Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Bélgica y otros veintiséis gobiernos del campo occidental. Todos ellos caracterizados por tener importantes relaciones económicas y militares con la entidad sionista y por el apoyo que le prestan siendo, en consecuencia, una institución donde, como acertadamente señala el escritor y periodista belga Michel Collon en un reciente artículo titulado ¿Por qué existen dos definiciones de antisemitismo?, el gobierno de Netanyahu ejerce toda su influencia.

Miembros del Ku Klux Klan en una concentración en Carolina del Sur, EE UU.CHRIS KEANE (EFE)

El nuevo antisemitismo

El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto. Incluyendo, como se especifica en los ejemplos que acompañan la definición, los ataques al estado de Israel, concebido como una colectividad judía. 

Esta definición, asociada al término “nuevo antisemitismo”, fue aprobada por el IHRA en el 2016 y es apoyada por distintas organizaciones judías proisraelíes, en particular por el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel (AIPAC), la cual es uno de los poderosos lobby sionistas que está detrás de la guerra israelí-estadounidense declarada contra el movimiento palestino de boicot en Estados Unidos. Lobby que tiene gran influencia en el Congreso norteamericano dado su “generoso financiamiento” a los legisladores y candidatos pro israelíes, lo que ha sido denunciado ya públicamente por la congresista demócrata norteamericana Ilhan Omar, señalada como antisemita por sus críticas al régimen sionista de Israel ya que, señalan sus detractores el antisionismo es la justificación predominante de la violencia, el asesinato y el odio contra los judíos en Europa y Oriente Medio.

Esta definición, no obstante, ha sido y sigue siendo también fuertemente cuestionada tanto desde el punto de vista de su contenido como de su legitimidad por académicos, especialistas y juristas. Su oscura historia aparece claramente reseñada en el artículo de septiembre de este año del escritor británico especializado en el estudio del antisemitismo Anthony Lerman. En el mismo se explica que dicha definición nació vinculada a un informe de antisemitismo que pretendía mostrar a los jóvenes musulmanes como los principales responsables de los crecientes ataques contra los judíos en Europa. Argumentos que, a contra pelo de la realidad, se siguen esgrimiendo hoy, con la variante de que ahora es “el flujo de inmigrantes que vienen de países musulmanes” los que tienen ideas antisemitas o antiisraelí, aunque son sólo parte del problema. En general las críticas señalan que la definición: 

  • Es vaga y confusa
  • No distingue suficientemente, o equipara intencionalmente, las críticas legítimas a Israel y al sionismo, y la defensa de los derechos de los palestinos, con el hostigamiento hacia los judíos. 
  • La equiparación antisemitismo y antisionismo que se hace en ella socava tanto la lucha palestina por la libertad, la justicia y la igualdad, como la lucha global contra el antisemitismo, y sirve para proteger a Israel de ser responsable ante los estándares universales de los derechos humanos y el derecho internacional.
  • Amenaza a la libertad de expresión, y aísla el antisemitismo de otras formas de intolerancia, sacándola del contexto de una lucha antirracista más amplia, lo que perpetua la idea de que los judíos están solos, haciendo la definición tan defectuosa y turbia que debería abandonarse, además de imprecisa y ambigua.
  • Impone restricciones y censuras.

De lo que se trata con este “nuevo antisemitismo”, por tanto, es de justificar las acciones de Israel y protegerlo de la condena internacional y doméstica. Quienes lo apoyan buscan legitimar aún más la falsa igualdad que la ideología sionista pretende establecer entre judío y sionista, entre sionismo y judaísmo, o la que se pretenden hacer creer existe entre el pueblo judío y el Estado de Israel. El problema para ellos es que cada vez hay más personas judías que se alejan del sionismo por su política racista y expansionista. Pero esa política no es nada nuevo. La misma fue tan elocuente y manifiesta en sus primeros momentos que, en noviembre de 1975, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 3379, donde se aprobaba la determinación del sionismo como una forma general de racismo y discriminación racial. Con el fortalecimiento de la agresividad imperialista y como expresión de su simbiosis con el sionismo, esa Resolución, no obstante, fue revocada vergonzosamente el 16 de diciembre de 1991. Ese día, patrocinada por los Estados Unidos la ONU aprueba la Resolución 46/86, la cual invalida la determinación que antes se diera al sionismo, argumentándose, según palabras de George H. W. Bush, que su aprobación anterior significaba olvidar la terrible tragedia de los judíos en la Segunda Guerra Mundial y de hecho a lo largo de la historia. La razón real detrás de este acto, sin embargo, esta en el hecho de que el sionismo, además de racismo, discriminación racial, opresión, guerras y crímenes contra la humanidad, es una ideología que representa ante todo un poder económico, el poder del oro como Dios Universal. 

Hay razones, ciertamente, para preocuparse. Hoy, a 28 años de ese hecho, a la vista de todos, se está desarrollando una nueva “caza de brujas”. Es perturbador que, por un lado, se escondan bajo el manto de libertad de expresión, el racismo y los crímenes de odio, mientras que, por otro, se coarte esa misma libertad para defender el racismo y aislar uno de los componentes de dichos crímenes. Pero igual de perturbador o más es el hecho de que, en ese contexto, el sionismo, que representa los intereses de conquista y dominio mundial de ese imperialismo en el Medio Oriente y en el mundo, siga desvirtuando, transformando y utilizando su inventada historia pasada, de donde viene su “excepcionalidad”, para justificar sus acciones actuales. Y no sólo se lo permitan, sino que lo impulsen a ello otorgándole, además, oficialmente, la dispensa de intocable.

Todos estos hechos, no obstante, no son más que la peligrosa manifestación de la preocupación de la élite sionista mundial, y de la israelí en particular por la fractura de la imagen del idílico Israel en el mundo, el alejamiento de él de las nuevas generaciones judías y el fortalecimiento de los rabinos anti sionistas y anti Israelíes de Estados Unidos que, en defensa de la religión judía ante la apropiación que hace de ella el sionismo, el imperialismo y su utilización para fines de colonización al servicio de las transnacionales y el capital imperialista en general, DEFINEN AL SIONISMO Y A ISRAEL COMO EL ENEMIGO NUMERO UNO DE LA RELIGIÓN JUDÍA y repudian el fomento permanente del antisemitismo como forma de atracción de judíos a Palestina. Y, sobre todo, por la pérdida de poder e influencia que vienen sufriendo en los últimos años tanto Estados Unidos como Israel, Países que en las últimas encuestas realizadas han resultado estar en los primeros lugares en la lista de amenaza para la paz mundial.

.

RECOMENDACIONES PARA LA LECTURA DEL TEMA

.

En este libro, Shlomo Sand intenta demuestrar que el mito nacional de Israel hunde sus orígenes en el siglo XIX, no en los tiempos bíblicos en los que muchos historiadores – judíos y no judíos – reconstruyeron un pueblo imaginado con la finalidad de modelar una futura nación. Sand disecciona la historia oficial y desvela la construcción del mito nacionalista y la consiguiente mistificación colectiva.

La industria del Holocausto: la explotación del sufrimiento de los judíos es un libro escrito por Norman Finkelstein y publicado en el año 2000 en EE. UU., en el cual se defiende la tesis de que existe una «industria» que estaría explotando la memoria del Holocausto, además de asegurar que dicha industria banaliza la cultura judía y su religión, así como pervierte la historia general del holocausto.
La tesis principal es que existe lo que Finkelstein llama una «industria del Holocausto» (con mayúscula, para distinguirlo del holocausto real, según el autor), fomentada y explotada por grandes organizaciones judías estadounidenses sobre todo a partir de la Guerra árabe-israelí de 1967 para beneficiarse de ingentes fondos de indemnización, promover con ello su nueva situación privilegiada y, en último término, inmunizar la política del estado de Israel contra toda crítica. Finkelstein describe al efecto las extorsiones financieras a la que estos grupos de presión judíos han sometido a Suiza y Alemania y a los legítimos reclamantes judíos del holocausto. Denuncia que los fondos de indemnización no han sido utilizados en su mayor parte para ayudar a los supervivientes, que han permanecido en el abandono y la indigencia, sino para fines espurios.1

Foto: tucson.com

.

.

Los articulos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben

About Author

Spread the love

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RSS
Follow by Email
Facebook
Twitter