El Nobel de la Paz a María Corina Machado
Manipulación política y geoestrategia del imperio
NOTA: Andrés Silva, Diario la Humanidad
Montevideo, Uruguay
El anuncio de que María Corina Machado recibiría el Premio Nobel de la Paz ha sacudido el tablero político latinoamericano. No porque existan dudas sobre la maquinaria global que sostiene su candidatura, eso ya es conocido, sino porque el premio, que alguna vez pretendió ser símbolo universal de reconciliación y justicia, se ha convertido una vez más en un instrumento geopolítico, una herramienta de legitimación del poder y de reescritura de la historia.
En apariencia, el Nobel parece un gesto humanista. Pero detrás de su brillo late una maquinaria ideológica que ha servido, desde hace más de un siglo, para blanquear guerras, justificar invasiones y lavar biografías políticas comprometidas con la violencia. La entrega del premio a María Corina Machado no es una excepción, es una nueva pieza en la vieja estrategia imperial de fabricar héroes convenientes, moldear relatos morales y legitimar, bajo el lenguaje de la paz, la arquitectura de la dominación.
El Nobel de la Paz, una historia entre la esperanza y la manipulación
Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, dejó escrito que su fortuna debía premiar a quienes trabajaran por la fraternidad entre las naciones, la reducción de los ejércitos y la paz. Pero desde los albores del siglo XX, el comité que lleva su nombre ha interpretado esas palabras a su conveniencia o, más precisamente, según las conveniencias del poder.
El galardón ha recaído en auténticos pacifistas, como Martin Luther King o Adolfo Pérez Esquivel, pero también en presidentes que bombardearon países enteros, en estrategas de la guerra fría y en jefes de Estado responsables de intervenciones sangrientas. Theodore Roosevelt lo recibió mientras consolidaba el imperialismo estadounidense; Woodrow Wilson, luego de llevar a su país a la Primera Guerra Mundial; Henry Kissinger, tras el baño de sangre de Vietnam y Camboya; Barack Obama, antes de autorizar los bombardeos en Libia y los ataques con drones en siete países.
¿De qué paz hablamos cuando quienes la encarnan dirigen ejércitos, sancionan pueblos y destruyen naciones en nombre de la libertad?
El Nobel de la Paz, más que una distinción ética, se ha convertido muchas veces en un premio a la obediencia geopolítica, un reconocimiento a quienes por acción o por omisión, sirven a los intereses del orden imperial. Por eso, más que sorprender, la nominación de María Corina Machado confirma la tendencia, el galardón vuelve a ser un sello diplomático de legitimación del relato occidental sobre Venezuela y, en extensión, sobre América Latina.
María Corina Machado, la “pacifista” de las guarimbas
María Corina Machado no es una figura cualquiera en la política venezolana. Su biografía está marcada por una constante, la negación de la vía democrática y el llamado recurrente a la violencia como método político.
Fue una de las firmantes y posteriormente defensora del Decreto Carmona durante el golpe de Estado de 2002, que destituyó y secuestró por dos días a Hugo Chávez, disolvió la Asamblea Nacional y suspendió la Constitución. Aquella jornada dejó decenas de muertos y un país fracturado. Sin embargo, Machado se presentó luego como una “ciudadana civil” que buscaba la paz, cuando en los hechos había apoyado un golpe de estado.
Su trayectoria posterior no desmintió esa línea. En 2014, 2017 y 2019 promovió abiertamente las “guarimbas”, protestas callejeras que derivaron en incendios, ataques a instituciones públicas y pérdidas humanas. En varias ocasiones, pidió públicamente una “intervención internacional”, llegando incluso a sugerir acciones militares contra su propio país. Lo hizo con una frialdad alarmante, apelando a Washington como si se tratara de un árbitro moral, sin reparar en el costo humano que ello implicaría.
Paradójicamente, hoy esa misma figura es premiada como símbolo mundial de la paz. Y lo que se premia, en realidad, no es su compromiso con la no violencia, sino su utilidad como figura emblemática del relato occidental sobre Venezuela: la mujer que enfrentó “al régimen autoritario” y que, al recibir el Nobel, blanquearía su pasado golpista bajo la aureola de la disidencia moral.
El Nobel como arma de guerra simbólica
No se trata solo de una contradicción ética, sino de una operación política cuidadosamente diseñada. El Nobel de la Paz a María Corina Machado forma parte de una estrategia más amplia, donde la diplomacia, los medios y el poder militar se articulan para imponer un relato, que Venezuela es un Estado fallido, que su gobierno carece de legitimidad, que es un «narco estado» y que la “comunidad internacional” (léase, Estados Unidos y sus aliados) tiene el deber moral de intervenir.
En los últimos años, el Caribe ha vuelto a militarizarse. Buques de guerra estadounidenses se encuentran en sus aguas bajo el pretexto de combatir el narcotráfico. Mientras tanto, Washington mantiene un bloqueo económico que asfixia a la población venezolana.
En ese contexto, premiar a María Corina Machado no es un gesto de reconciliación, sino una provocación, un intento de dotar de legitimidad moral a la narrativa que precede toda agresión. El Nobel, en este caso, funciona como un arma simbólica de guerra: no dispara misiles, pero justifica los que podrían venir.
Los falsos pacifistas del imperio
No es la primera vez que el Nobel de la Paz se utiliza para encubrir proyectos de dominación. Kissinger lo recibió tras ordenar bombardeos sobre Laos y Camboya. Obama lo aceptó mientras su ejército mantenía cárceles secretas en donde se torturaba prisioneros y su ejercito bombardeaba con drones letales. Menachem Begin, artífice de la masacre de Deir Yassin en 1948, lo compartió con Sadat por los Acuerdos de Camp David. Shimon Peres, responsable del ataque a Qana, también fue laureado.
Estos nombres no representan la paz, sino su administración retórica. Son los pacifistas de los despachos, los estrategas de la “guerra justa”, los diplomáticos que bombardean de día y hablan de derechos humanos a la noche.
El caso de María Corina Machado encaja perfectamente en esa tradición, una mujer que promovió la violencia interna, pidió sanciones que empobrecieron a su pueblo, y hoy es convertida en heroína por las mismas potencias que bloquean y sancionan a su país.
El Nobel, en su nombre, se usa para blanquear una política de agresión y para sembrar una narrativa, que la guerra contra Venezuela sería, paradójicamente, una “guerra por la paz”.
El relato del enemigo
La historia enseña que los premios no son inocentes, construyen relatos, y los relatos crean consensos. Otorgar el Nobel de la Paz a María Corina Machado equivale a nominar una causa, a dotarla de legitimidad moral y mediática. Es decirle al mundo: “la oposición venezolana encarna la paz, el gobierno encarna la violencia”. Desde allí, toda acción, bloqueo, sanción o intervención, se convierte en defensa de la libertad.
La geografía no es casual, en las últimas semanas, la presencia militar de Estados Unidos en el Caribe ha aumentado. El libreto es conocido, se prepara el terreno, se demoniza al adversario y se justifica la acción.
María Corina Machado, con su premio en mano, se convierte en la pieza moral de ese tablero, la cara civil de una estrategia militar. Ella no comanda buques, pero los legitima; no lanza bombas, pero las bendice. Es, en suma, el rostro amable del intervencionismo.
Recuperar el sentido de la paz
El verdadero desafío para América Latina y para el pensamiento crítico mundial es desnudar la trampa del pacifismo imperial. No basta con denunciar la manipulación, hay que rescatar el concepto mismo de paz, arrancarlo de las manos de los poderosos y devolverlo al pueblo, a quienes la construyen cada día en silencio, desde el trabajo, la dignidad y la soberanía.
El Nobel de la Paz a María Corina Machado no honra la paz, la convierte en espectáculo y al hacerlo, insulta la memoria de quienes lucharon por ella desde la coherencia, sin claudicar ni vender su conciencia al mejor postor.
Quizás haya llegado el momento de imaginar un nuevo premio, nacido en el Sur, sin tutelas imperiales, sin bancos que lo financien ni corporaciones que lo patrocinen. Un premio a la paz verdadera, la que se defiende contra la guerra económica, la que no necesita buques ni sanciones, la que brota del derecho de los pueblos a decidir su destino.
TE RECOMENDAMOS LEER:
SUSCRÍBETE AQUÍ A NUESTRO CANAL:
Los artículos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.