El día que le dieron una paliza a un genocida en plena calle

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Hace 26 años (septiembre de 1995), un valiente argentino que reconoció al genocida y represor de la dictadura argentina Alfredo Astiz en las calles de Bariloche, lo tomo a golpes de puños hasta dejarle caído en el piso todo ensangrentado.

Diario La Humanidad – Información de Primera

Había imaginado muchas veces lo que haría en el caso de encontrarse con alguno de ellos por la calle, pero aquel setiembre del 95, dios decidió ponerle delante, a uno de los mas macabros, asesinos, torturadores, violadores, ladrones de bebes entre muchas otras cosas, para que decidiera que hacer. Chavez, al ver a ese genocida ante sus ojos, personaje que no dudaba ni de torturar, ni de tirar monjas vivas de arriba de los aviones, decidió propinarle una paliza como forma de descargar tanta impotencia acumulada durante años.

Diecisiete años antes de aquel dia, Chavez había sido liberado del centro clandestino El Vesubio, en Buenos Aires, luego de pasar ocho meses secuestrado y desaparecido, torturado y con grilletes en sus pies, a sus 19 años.

Ahora vivía en Bariloche junto a su familia, y en esa mañana fría de invierno de 1995 no podía creer tener a mano a uno de los genocidas mas grandes y reconocidos de la dictadura argentina.

Muchas veces se había preguntado qué haría y cómo reaccionaría si un día, de casualidad —como ahora— tuviera delante suyo a uno de estos criminales, que tanto recordaba.

Chávez volvía de llevar a sus hijas a la escuela cuando lo vio parado en una esquina céntrica de la avenida Bustillo, esa que lleva al Llao Llao.

Pasó por allí dos veces con su vieja camioneta, hasta asegurarse que realmente fuera él. Y lo era.

Se bajó con el auto en marcha y caminó nervioso hasta tenerlo enfrente.

— ¿Vos sos Astiz?

—Sí, ¿vos quién sos? —le contestó el genocida con desdén, mirando de costado y vestido con ropa de esquí, frente a una parada de ómnibus.

—Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara para andar caminando por la calle —le respondió irritado Chávez

El ex oficial de la Marina no atinó a frenar la primera trompada de Chávez.

Le estalló el golpe de puño en el medio de la cara. Astiz trastabilló y Chávez aprovechó para avanzar sin perder tiempo y volver a golpearlo, una y otra vez, con furia.

Cada trompada iba a cuenta de algún compañero desaparecido. Recuerda que fue una catarata de golpes y patadas, y que le parecieron una eternidad. “Fue un desahogo, los criminales en la calle eran un clavo en el zapato, había que hacer algo”, contó más de una vez.

Astiz consiguió incorporarse y arrastró a su atacante hasta la mitad de la avenida. Los autos se detenían a observar la pelea. Chávez alcanzó a meterle los dedos en los ojos mientras lo insultaba desaforado. Hasta que un amigo que pasaba por allí bajó de su auto y lo separó.

“Pará Chaveta, déjalo, déjalo”. 

Ensangrentado y en el piso, Astiz no atinaba a salir del aturdimiento mientras escuchaba

– sos un cobarde, vos y tus compañeros, se cagaron en las patas frente a los ingleses sin ofrecer resistencia, asesinaste adolescentes por la espalada, secuestraste monjas y Madres para tirarlas vivas al mar, basura, criminal. 

Hasta que Chávez se cansó de humillarlo y su amigo se lo llevó, sacándolo de escena.

“Por gente como vos el país anda como anda”, fue lo único que atinó a decir desde el piso el hombre estrella de los grupos de tareas de la Marina.

“Ese país” era el que en esos años tenía impunidad absoluta para todos ellos. El tiempo de la nulidad del Punto Final y la Obediencia Debida, el de los crímenes imprescriptibles, el de los vergonzosos indultos presidenciales.

Astiz, tambaleando, regresó al hotel donde se alojaba, acompañado de su novia. Era el Hotel Islas Malvinas, una mueca de la historia.

Quedó “guardado” dos días, luego regresó a Buenos Aires en micro, de incógnito.

Presentó una denuncia en la Justicia que no prosperó. Era la primera vez que ocurría algo así con un símbolo de la represión más brutal.

El episodio protagonizado por Luis Alfredo Chávez tomó vuelo mediático de inmediato. A pesar de la discreción que prefirió mantener (la televisión lo entrevistó pero de espaldas a la cámara) Hebe de Bonafini lo convenció de hacerlo público. Bautizaron el hecho como “La Piña de la Dignidad”. Llegó a conmemorarse durante años, cada setiembre, y hasta con recitales de La Renga en vivo.

Finalmente, llegó el tiempo de la decisión política de avanzar con los juicios y por ende con las condenas de lesa humanidad, sin que ocurriese en el país (hasta donde yo recuerde) un episodio similar.

La Bestia (Alfredo Ignacio Astiz)  que en los años más tenebrosos llegó a infiltrarse entre las Madres con nombre falso, el que marcó como Judas a los doce familiares de la iglesia de la Santa Cruz, el “valiente” que se rindió en Malvinas sin disparar un solo tiro, recibía hace tres años su segunda condena a cadena perpetua en la megacausa Esma. Mientras tanto, Dagmar Hagelin continúa desaparecida, al igual que –entre otros miles– las dos monjas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet 

Astiz (izquierda) y Chavez (derecha)

Hoy se cumplen 26 años de aquella paliza impiadosa –y pertinente– en el Sur.

Flora Chaves es la hija del hombre que el 1° de septiembre de 1995 golpeó al represor Alfredo Astiz en Bariloche.

«Recuerdo que llegué del colegio y mi papá estaba muy conmocionado, emocionado… Le pregunté qué le pasaba, y me contestó: ‘Me encontré a Astiz y le pegué'», rememoró Flora.

Así, explicó que, en aquel momento, se dieron un abrazo fuerte, además de resaltar que en esa etapa del país todavía «había mucho miedo e incertidumbre».

«En aquel momento, yo tenía doce años, y mi hermana catorce», contó.

«Eran épocas de menemismo, y era difícil hablar del tema (de la dictadura) y buscar justicia», sostuvo.

Pero resaltó que también afloró el coraje, y explicó el porqué:

«Veías la dignidad en los ojos de mi papá y te hacía ser valiente».

Justamente, en el sitio donde su padre golpeó al represor, en la zona del Monolito, en el kilómetro 1 de Bustillo, quedó una roca que se tomó como recuerdo de lo que muchos identifican como una acción que nació de un sentimiento de dignidad -cabe recordar que Alfredo Chaves, el papá de Flora, durante el Proceso, había estado detenido en el centro clandestino de represión El Vesubio-.

Hace pocos años, a partir de las obras que se estaban realizando en ese sector de Bariloche, la piedra se retiró y apareció a un costado, tirada.

El hecho tomó trascendencia pública, y los operarios, al percatarse de la reacción que el descuido provocó en la comunidad (más alguna «tirada de orejas» de superiores provinciales), levantaron el símbolo y lo pusieron muy cerca de su anterior ubicación, ya que en aquel sitio ya no podrá estar porque por ahí pasaría el nuevo trazado asfáltico.

Antes de saber que la roca se había vuelto a alzar, se había difundido por las redes una convocatoria para músicos que quisieran ir a tocar por la causa.

Así, más allá de que aquel monumento natural había sido acomodado, los shows igualmente se desarrollaron.

«No se pueden sacar los espacios y símbolos que tenemos. En realidad, son pocos, tendría que haber más», consideró Flora.

«Si se retiran, todo queda en el olvido, porque nadie más habla del tema», añadió.

Además, reflexionó: «Decidimos volver al lugar del hecho para sembrar memoria, no sólo para volver a poner la piedra».

Y aclaró que el capataz de las obras que se están haciendo en ese sector de Bustillo se acercó para decirles que, al sacar la roca, no habían tenido ninguna mala intención.

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Fuente e Imágenes tomadas de: Héctor Rodríguez – elextremosur

Los artículos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.

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