Del imperio al vacío: Italia y la promesa olvidada de San Francisco.
 
                El mundo ha girado. Y el Este ya no es el oriente del mapa. Es el origen del nuevo comienzo.
Nota: Diario La Humanidad – Alfonso Ossandón – Corresponsalía Milano- Italia
Italia, tierra fundacional del derecho romano y del humanismo europeo, camina hoy con paso inseguro entre vitrinas de sí misma. En Milán, Florencia y Roma, todavía se murmura, casi por reflejo, que “nosotros somos la civilización”. Pero esa frase, repetida como eco de otro siglo, ya no sostiene ni consuela. En un tiempo donde el centro del mundo se ha desplazado, Italia persiste en su papel de madre orgullosa de un hijo que ya no la reconoce.
En las últimas dos décadas, el país ha sido víctima de un proceso sutil pero brutal de narcotización colectiva. No por drogas ilícitas, sino por la farmacologización masiva de la vida cotidiana. Una generación entera ha sido silenciada entre recetas médicas, ansiolíticos, diagnósticos ambiguos y tratamientos de por vida.
La juventud ha sido arrinconada por la ansiedad clínica, la vejez por la institucionalización, y la política por la resignación.
Italia no solo envejece: se atrofia. Y no solo su cuerpo demográfico, sino su imaginación. No hay hijos, ni ideas, ni esperanzas. Solo la repetición de símbolos convertidos en mercancía, de patrimonio vuelto souvenir.
Roma, como en su caída antigua, gira sobre sí misma sin horizonte, mientras observa sin comprender cómo ciudades chinas se alzan en meses, cómo India se emancipa sin pedir permiso, y cómo Rusia, lejos de estar aislada, redefine sus alianzas con Asia y África.
Mientras tanto, en Bruselas y Washington se dictan aún los discursos que aquí se repiten con voz obediente. En lugar de pensar desde sí, Italia observa el mundo con los ojos de otro.
Las élites académicas y mediáticas aún miran hacia el norte anglosajón esperando la próxima narrativa a importar. Los conceptos llegan ya masticados, traducidos, institucionalizados. La política exterior se subordina. La cultura se estanca. Y la conciencia se adormece entre subsidios y dogmas reciclados.
El Este, sin embargo, no espera. El Este se organiza, planifica, ejecuta. En él, el pensamiento estratégico ha dejado de ser privilegio occidental. Las decisiones se escriben ahora en yuanes, rublos y rupias, y los tratados nacen en foros que ya no incluyen al G7. El Este no es venganza, es consecuencia. No es amenaza, es reconfiguración. El mapa ha girado, pero quienes siguen leyendo el pasado como si fuera futuro simplemente no encuentran su lugar.
Italia corre el riesgo de volverse lo que muchos ya la ven: un museo habitado. Un teatro con escenografía gloriosa, pero sin guión. Una trinchera vacía envuelta en retórica humanista, pero sin dirección histórica.
Y sin embargo, quizás —y sólo quizás—, quede una señal.
Tal vez, cuando Roma no sepa a dónde mirar, deberá volver los ojos hacia Umbría. No como refugio romántico, sino como código civilizacional profundo. En los pliegues de esa tierra antigua, en la sombra de sus olivos y en la memoria de sus colinas, aún resuena el gesto radical de Francisco de Asís: el joven que renunció al poder, al oro y a la gloria, para volver a caminar descalzo entre los pobres y los árboles. Allí, en su aparente renuncia, fundó otra lógica. No de dominio, sino de comunión. No de imperio, sino de entrega.
Quizás allí —y no en los gabinetes ministeriales ni en los parlamentos alineados— repose la clave de lo que Europa podría volver a ser. No potencia, sino conciencia. No centro, sino raíz. No faro, sino fuego.
El mundo ha girado. Y el Este ya no es el oriente del mapa. Es el origen del nuevo comienzo. Pero tal vez, en la humildad de Umbría, aún se guarde la última palabra que Occidente no ha querido pronunciar: transformación.
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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad – Julio 2025
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