Yasser Arafat

El rostro de Palestina y la amenaza que Israel nunca pudo tolerar


NOTA: Andrés Silva, Diario la humanidad

Montevideo – Uruguay


Este 4 de agosto se conmemora el natalicio de una de las figuras más emblemáticas, polémicas y determinantes en la historia del Medio Oriente contemporáneo, Yasser Arafat. Nacido en 1929 en El Cairo, criado entre Jerusalén y Gaza, Arafat no fue solo el líder de un pueblo despojado, sino el símbolo viviente de su causa, su dolor y su esperanza. Para millones de palestinos fue el «padre de la patria», para buena parte del mundo fue un interlocutor necesario y para Israel fue, durante décadas, el enemigo que debía ser silenciado.

De combatiente a estadista, el nacimiento de la OLP

Yasser Arafat fundó en 1959 el movimiento Fatah, que luego se integró a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), creada oficialmente en 1964. Bajo su liderazgo, la OLP se convirtió en el principal órgano de representación política del pueblo palestino, reconocido internacionalmente, incluso por Naciones Unidas, como la legítima voz de Palestina.

A diferencia de los regímenes árabes de entonces, más enfocados en sus intereses nacionales, Arafat colocó la causa palestina en el centro de la política regional e internacional. Llevó su lucha a las universidades, los campos de refugiados, los escenarios diplomáticos y también al terreno de la guerrilla. Su figura creció al calor de las derrotas y los exilios, forjando una legitimidad que ni sus enemigos pudieron ignorar.

En 1974, cuando se dirigió a la Asamblea General de la ONU con la emblemática frase “Vengo con el fusil del combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano. Repito, no dejen que la rama de olivo caiga de mi mano”, Arafat sintetizó su visión, un equilibrio precario entre la resistencia armada y la búsqueda de una solución política.

Esta frase es clara y condensa la legitimidad de la lucha armada cuando se han agotado las vías diplomáticas. En 1974, Palestina no tenía un Estado, ni reconocimiento, ni garantías mínimas para su pueblo que ya estaba siendo masacrado y expulsado. Arafat se presenta como jefe de una causa que no renuncia a la paz, pero tampoco a la resistencia.

Ante una comunidad internacional que por décadas había ignorado la tragedia palestina, la frase interpela directamente, ¿Qué opción le queda a un pueblo colonizado, exiliado y masacrado?

El mensaje no era solo para Israel, sino también para la ONU, Estados Unidos, Europa y los países árabes: «Estamos listos para dialogar, pero no a costa de nuestra existencia».

Oslo, Intifadas y traiciones

Durante los años 90, tras la Primera Intifada (1987), Arafat sorprendió al mundo al firmar los Acuerdos de Oslo con Israel. Reconocía al Estado israelí a cambio de un proceso que debía desembocar en la creación de un Estado palestino. Muchos lo acusaron de haber cedido demasiado; otros vieron en él al estadista que podía abrir una puerta hacia la paz. Israel, sin embargo, nunca detuvo los desplazamientos forzados, los asentamientos ilegales ni cumplió con los compromisos claves de los acuerdos.

Los años siguientes fueron de frustración creciente. La Segunda Intifada estalló en 2000 y Arafat fue sitiado por el ejército israelí en su propia sede en Ramala. Fue allí, aislado, enfermo, debilitado políticamente, donde ocurrió el desenlace que aún sacude la memoria colectiva de los pueblos árabes.

El envenenamiento, la sombra del Mossad

Yasser Arafat murió el 11 de noviembre de 2004 en un hospital militar francés. Las circunstancias de su fallecimiento siguen siendo objeto de controversia. En 2012, una investigación de Al Jazeera reveló que sus pertenencias personales tenían niveles anormalmente altos de polonio-210, un elemento radioactivo extremadamente letal, utilizado en asesinatos de Estado.

Posteriormente, expertos suizos concluyeron que los datos eran «coherentes con un envenenamiento por polonio», aunque no concluyentes. Aun así, todo apunta a que fue víctima de un asesinato planificado por el Mossad, el servicio secreto israelí, con colaboración occidental. ¿El motivo? Para Tel Aviv, Arafat seguía siendo una amenaza incluso cercado, viejo y enfermo.

Porque a diferencia de otros líderes palestinos más moldeables, Arafat no aceptaba una paz sin justicia. Porque su figura aglutinaba a un pueblo y recordaba al mundo que Palestina seguía ocupada, masacrada, despojada y viva.

Una amenaza por lo que representaba

Arafat era peligroso porque no era simplemente un combatiente ni un burócrata. Era un símbolo. Su kufiyya (pañuelo palestino) se volvió un ícono global. Su figura encarnaba la persistencia de un pueblo negado. Israel temía su carisma, su resiliencia, su capacidad de mantener unida a una nación desplazada a campos de concentración  (de refugiados) ya víctima de comienzo de un Genocidio bajo ocupación militar.

Con su muerte, muchos creyeron que la causa palestina quedaría huérfana. Sin embargo, su legado persiste en los jóvenes que aún hoy resisten en Gaza, en Cisjordania, en las universidades y las calles del mundo. Su rostro sigue pintado en muros, banderas y recuerdos.

¿Héroe, mártir, líder cuestionado?

Arafat no fue un hombre sin errores. Hubo decisiones cuestionables, alianzas oscilantes y momentos de tensión interna. Pero ningún análisis serio puede negar su papel histórico como figura clave del siglo XX y el comienzo del XXI. Fue el primero en llevar la causa palestina a las cumbres internacionales, en ganar el Premio Nobel de la Paz (junto a Rabin y Peres), y también el último líder capaz de hablarle tanto a los pueblos árabes como a Occidente sin arrodillarse.

Hoy, más vigente que nunca

En un mundo que vuelve a mirar a Palestina con horror ante el genocidio en Gaza y la brutal ocupación en Cisjordania, el recuerdo de Arafat se hace carne. No porque lo idealicen, sino porque representó algo que aún sigue pendiente, la existencia plena de un Estado palestino, libre, soberano y reconocido.

A 96 años de su nacimiento, Yasser Arafat sigue siendo la pregunta que Israel no pudo callar, el rostro que desafía al olvido y el símbolo de una causa que, como él dijo una vez, “vivirá mientras viva un solo niño palestino”.

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