Palestina en el Royal Opera House
 
                En el corazón del Reino Unido, en la mítica Royal Opera House de Londres, un escenario usualmente dedicado al drama lírico y la perfección estética, se convirtió el pasado sábado en tribuna de una verdad incómoda.
NOTA: Andrés Silva, Diario la Humanidad
Montevideo – Uruguay
Un miembro del elenco de El trovador, una de las obras maestras del repertorio operístico mundial, desplegó al final de la función la bandera palestina frente a un auditorio expectante.
El gesto, silencioso pero elocuente, fue rápidamente interrumpido por un director de escena que salió de entre bastidores con la clara intención de arrebatarle la bandera, pero no lo logró, el artista se mantuvo firme, dejando claro que la dignidad no se negocia, ni siquiera bajo los reflectores del elitismo cultural británico.
Este acto de valentía no es aislado, forma parte de una creciente ola de manifestaciones artísticas, sociales y políticas que, desde todos los rincones del planeta, denuncian el genocidio que el Estado sionista de Israel perpetra contra el pueblo palestino. En universidades, teatros, calles, museos, medios de comunicación alternativos y plataformas digitales, la causa palestina ha dejado de ser marginal para ocupar un lugar central en la conciencia crítica de miles, quizás millones, que no están dispuestos a mirar hacia otro lado.
Desde Sudáfrica hasta Francia, desde Argentina hasta Japón, las muestras de solidaridad se multiplican. En las universidades estadounidenses, estudiantes han levantado campamentos exigiendo el fin de los vínculos institucionales con empresas e instituciones israelíes. En ciudades de América Latina, marchas masivas han tomado las calles con banderas palestinas, gritando por un alto al fuego, pero también por justicia, memoria y reparación. Incluso en los escenarios más formales del arte, como ocurrió en Cannes o en la Bienal de Venecia, artistas han desafiado la censura para denunciar el Genocidio en Gaza.
Que un integrante del elenco de una ópera clásica se levante con la bandera palestina en pleno West End londinense no solo es simbólico; es profundamente político. Porque el arte, aunque pretendan encerrarlo en vitrinas de neutralidad, es y siempre ha sido un campo de disputa ideológica y cuando los crímenes son tan evidentes, tan sistemáticos, tan impunes, callar es complicidad.
La reacción del director de escena, intentando arrancar la bandera como si se tratara de una mancha inoportuna sobre el telón, es también una metáfora del momento actual, una élite cultural, política y mediática que intenta desesperadamente mantener la ficción de que todo está bien, de que Israel es «una democracia asediada» y no un Estado Genocida, colonizador y criminal. Pero el arte vivo, el arte comprometido, sigue encontrando grietas en los muros del silencio.
La bandera que se levantó en la Royal Opera House no fue solo un gesto, fue un grito, un grito que resonó entre arias y aplausos, que incomodó a quienes prefieren el confort de la neutralidad, pero que emocionó y despertó a quienes saben que la solidaridad internacional es hoy más urgente que nunca.
Porque, en palabras de Paul Robeson, aquel barítono negro que también entendió que el canto puede ser un arma: “El artista debe decidir entre luchar por la libertad o por la esclavitud. Yo he hecho mi elección.”
Hoy, ese miembro del elenco también ha hecho la suya. Y tú, ¿Qué elegís?
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