El sacrificio político como mensaje
¿De Aldo Moro a Kirk, una misma lógica del poder?
Nota: Diario La Humanidad – Béa Powels
Corresponsalía – Bruselas
El asesinato de Kirk, figura central del debate político estadounidense, no puede entenderse únicamente como un episodio de violencia individual ni como un ajuste de cuentas entre facciones enfrentadas.
Como advierte el analista italiano Pino Cabras, «estamos ante un crimen político envuelto en capas de misterio, en el que la víctima no es solo un hombre, sino un símbolo».
Su muerte interpela la relación entre poder, mito y violencia, una tríada que atraviesa tanto la historia de las religiones como la geopolítica contemporánea.
El sacrificio como código universal
El sacrificio humano, en su dimensión literal o simbólica, ha sido una de las prácticas más persistentes de la humanidad. En la antropología religiosa se interpreta como un mecanismo de transgresión y sentido: la violencia adquiere forma ritual y se transforma en mito.
En corrientes esotéricas, el sacrificio implica la canalización de energía a través de la víctima, que encarna fuerzas o ideas que el ritualista busca dominar. La muerte se convierte en fuente de poder, un modo de imponer soberanía sobre lo prohibido.
El cristianismo invierte esta lógica: la muerte de Cristo, entendida como sacrificio redentor, ofrece cohesión, expiación y trascendencia. La violencia se ritualiza para fundar una comunidad moral y espiritual.
Ambas lecturas muestran que la víctima nunca es solo un individuo: se convierte en vehículo de significados colectivos.
El sacrificio en clave política y geopolítica
La modernidad no ha eliminado esta lógica ritual. Cada asesinato político de alto perfil se convierte en un acto con múltiples capas simbólicas: canaliza el miedo, cohesiona grupos, marca fronteras de lo decible y delimita el campo de lo posible.
Italia vivió esta dinámica en 1978 con el caso Aldo Moro. Oficialmente secuestrado y asesinado por las Brigadas Rojas, testimonios y documentos posteriores apuntaron hacia la operación Gladio y sectores de extrema derecha ligados a la inteligencia atlantista. ¿Fue entonces la izquierda la autora del crimen o solo la pantalla conveniente para ocultar la mano del poder real? Moro, que buscaba un «compromiso histórico» entre democristianos y comunistas, resultaba intolerable para quienes concebían el poder como impermeable a toda apertura democrática.
Y hoy, ¿ocurre algo semejante con Kirk? La inscripción “Bella Ciao” en las balas parece señalar a la izquierda radical, como en los años setenta italianos se culpó a las Brigadas Rojas. Pero las tensiones que rodeaban a Kirk —con sectores de derecha radical, con corrientes mesiánicas del sionismo y con la propia galaxia trumpista— ¿no abren acaso la posibilidad de una puesta en escena más compleja? ¿Quién necesitaba este cadáver como signo y quién diseñó el relato?

¿A quién va dirigido?
– A la sociedad entera, para recordar que la palabra —cuando se convierte en fuerza autónoma capaz de movilizar masas— puede ser castigada con la muerte.
– A las élites políticas y financieras, como advertencia de que ningún liderazgo emergente puede escapar del termostato del poder: cuando la temperatura de la participación popular sube demasiado, el sistema responde reprimiendo, incluso con sangre.
– A los adversarios ideológicos, insinuando que la frontera entre discurso y acción puede ser manipulada para instalar un relato: ¿fue la izquierda la autora? ¿o se quiso dejar una huella calculada para incriminarla, como en el caso Moro?
Los guardianes: ¿protección o parte del rito?
La seguridad de Kirk es otro enigma. ¿Fallaron sus guardias por incompetencia, connivencia o cálculo? En la lógica del sacrificio ritual, la ausencia de protección no sería un accidente, sino parte del guion: el guardián que permite el acto se convierte en cómplice estructural, como los sacerdotes que enmarcan el rito.
La puesta en escena importa tanto como la muerte misma: las huellas simbólicas (inscripciones en las balas, versiones contradictorias, filtraciones mediáticas) son dispositivos para fijar el relato, amplificar el miedo y asegurar que la víctima trascienda como mito político.
Un espejo para nuestro tiempo
El crimen de Kirk, al igual que el de Aldo Moro, ¿es solo la eliminación de un individuo incómodo o es sobre todo un mensaje? ¿Es la cristalización de tensiones en un cuerpo que, al caer, se convierte en emblema?
Como señala Cabras, «no fue asesinado porque quisiera imponer sus ideas con violencia, sino porque les daba fuerza con la sola palabra. Y eso, para quienes controlan los santuarios del poder, resulta intolerable».
En un tiempo en que los rituales democráticos se han vaciado de participación real y se reducen a la ratificación de proyectos prediseñados, los asesinatos políticos reaparecen como recordatorio brutal de que la violencia, la palabra y el mito siguen entrelazados.
Kirk no solo murió: fue transformado en sacrificio.
¿Y no es el sacrificio siempre un mensaje?
La pregunta es si la sociedad sabrá descifrarlo antes de que la próxima víctima esté ya marcada.
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Corresponsalía Milano / Béa Powels – Corresponsalía Bruselas / Thieme Santiago / Ossandón Milano
© Diario La Humanidad
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Imagen: EPA
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