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En el siglo XXI, el concepto de obsolescencia programado ya no se limita al ámbito de los productos tecnológicos o bienes de consumo. Hoy en día, podemos observar cómo esta lógica se extiende a las relaciones humanas, moldeadas por la voraz dinámica del capitalismo y las redes sociales, que incentivan conexiones efímeras y descartan vínculos profundos.

NOTA: Andrés Silva, Diario la Humanidad

Montevideo, Uruguay

La raíz capitalista de la fugacidad emocional

El capitalismo se sostiene principalmente por la producción y el consumo masivo. Para que esta maquinaria funcione, necesita generar constantemente la ilusión de novedad y deseo, relegando lo “viejo” a la categoría de desechable.

Este mecanismo, originalmente diseñado para bienes materiales, se ha implantado en nuestra percepción de las relaciones personales.

En una sociedad donde las aplicaciones y plataformas digitales promueven interacciones rápidas y superficiales, las personas pasan a ser valoradas tal cual como si fueran productos.

Las redes sociales como Instagram, Tinder o TikTok fomentan un sistema de “hiperconexión” que prioriza la apariencia, la inmediatez y la validación constante. El “scroll infinito” no solo nos empuja a buscar nuevos contenidos, sino también nuevas personas, convirtiendo las relaciones humanas en mercancías perecederas.

El amor y la amistad en la era del “Scroll”

El fenómeno de las aplicaciones de citas es un claro ejemplo de cómo la lógica capitalista modela las relaciones humanas. Tinder, Bumble y otras plataformas convierten a los individuos en perfiles que se deslizan hacia la aceptación o el descarte, en un ciclo interminable de consumo emocional. Aquí, las conexiones no buscan profundidad, sino satisfacción inmediata.

Este sistema introduce la idea de que siempre hay alguien “mejor” al alcance de un clic, lo que mata el incentivo de la construcción de relaciones duraderas. La lógica detrás de este comportamiento lo que hace, es replicar la dinámica de mercado, los vínculos tienen una fecha de caducidad marcada, y cuando dejan de proporcionar satisfacción o comodidad, se descartan en busca de algo más “nuevo”.

La inseguridad como motor del consumo

El capitalismo digital promueve un estado constante de insatisfacción personal y en las relaciones. Desde las redes sociales hasta las aplicaciones de citas, se cultiva una narrativa de que nunca somos «suficiente»: no lo suficientemente atractivos, exitosos o interesantes.

Este vacío emocional se convierte en una necesidad que debe ser llenada a través de productos, servicios y experiencias que prometen «completar» a la persona.

Por ejemplo, el algoritmo de Instagram incentiva la comparación social, mostrando estilos de vida aspiracionales que generan frustración y deseo.

Mientras tanto, plataformas como Tinder capitalizan el miedo a la soledad, empujando a los usuarios a perpetuar un ciclo interminable de conexiones vacías, con la promesa implícita de encontrar a “la persona ideal”.

Este ciclo no solo fragmenta el autoestima, sino que también refuerza el consumo de bienes y servicios relacionados con la apariencia, el estatus y la «felicidad».

La emocionalidad descartable

Cómo decíamos antes, en el modelo capitalista, las emociones humanas son llevadas al plano de los bienes perecederos. El concepto de “amor líquido”, descrito por el sociólogo Zygmunt Bauman, se convierte en una realidad tangible en las plataformas digitales.

Las relaciones, como los productos, tienen una fecha de caducidad implícita, se mantienen mientras sean útiles o placenteras, y se descartan cuando surgen inconvenientes o dejan de proporcionar satisfacción inmediata.

Esta lógica también se aplica a las amistades y las conexiones profesionales. LinkedIn, por ejemplo, promueve una cultura de redes basada en el rendimiento y el intercambio utilitario, reduciendo las relaciones laborales a una lista de contactos que se activan solo cuando son necesarios.

La dependencia de la validación digital

La precarización emocional no solo fragmenta las relaciones, sino que también convierte a las personas en dependientes de la validación externa.

Las redes sociales están diseñadas para estimular el sistema de recompensa del cerebro mediante un me gusta, comentarios y seguidores. Este flujo constante de gratificación efímera genera un estado de ansiedad y búsqueda incesante de aprobación.

Cuando esta validación desaparece o no es suficiente, se produce una sensación de vacío que empuja a las personas a consumir más, desde productos de belleza y bienestar, hasta cursos de desarrollo personal que prometen la solución a su insatisfacción. Así, la dependencia emocional se convierte en un motor económico que sostiene esa gran maquinaria que es el capitalismo digital.

La explotación del tiempo y el afecto

El tiempo y el afecto, pilares fundamentales de las relaciones humanas, también son capturados por el sistema. Las aplicaciones y plataformas están diseñadas para maximizar el tiempo que las personas pasan en ellas, utilizando técnicas de gamificación y manipulación psicológica.

Este tiempo, que podría ser invertido en construir vínculos reales y profundos, se destina a interacciones superficiales y transacciones emocionales que benefician a las corporaciones.

Además, el sistema explota el afecto humano al mercantilizar los gestos de cariño y las expresiones de amor. Desde regalos físicos comprados en línea hasta “gestos” digitales como emojis, stickers y mensajes prediseñados, el capitalismo convierte incluso las manifestaciones más íntimas en oportunidades de lucro.

Hacia una emancipación emocional

Entender la precarización emocional como una estrategia deliberada del capitalismo es el primer paso para combatirla. Esta emancipación pasa por desacelerar nuestras relaciones, desactivar la lógica de consumo emocional y priorizar la autenticidad sobre la apariencia.

Es necesario recuperar el control sobre nuestras emociones y relaciones, desafiando el paradigma capitalista que las convierte en mercancías.

Apostar por comunidades reales, priorizar la empatía y el cuidado mutuo, la solidaridad desde el sentimiento y cuestionar el papel de las plataformas digitales en nuestras vidas son estrategias fundamentales para resistir la precarización emocional.

La lucha por relaciones humanas genuinas y sólidas es también una lucha contra el sistema que las precariza. Solo recuperando nuestra capacidad de conectar profundamente, fuera de las dinámicas de mercado, podremos construir una sociedad más justa y solidaria.

En épocas en dónde la IA y la robótica nos amenazan como humanidad, pelear por generar vínculos verdaderos, estrechos y duraderos basados en el amor, el cariño y entendimiento es apostar a salvar a la humanidad, es apostar a dejarles a nuestros niños y niñas una esperanza colectiva, que doblegue el modelo individualista que nos están implantado desde redes sociales por medio del capitalismo digital. Depende de nosotros.

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