Ecuador: 3 Parte. Diario de una Pandemia
Nota: Cristian Avecillas – Poetra- Escritor – Guayaquil – Ecuador
Hermanos míos.
La llamada más aterradora de mi vida la hice hoy: mi alma ya sabe que la hice, mi corazón calladito ya sabe qué es lo que mi boca preguntaba y se aterró: sí, yo era el hablante, yo el insistente. Todo lo demás que vive en mí no me reconocía porque nada me había preparado para esto. Pero era yo. Lo que queda del “yo”.
Pasó que falleció la madre de Marcelo, mi compañero de universidad y gran artista y, por ende, alguna vez su madre me brindó un plato de comida con cariño; y así la recuerdo ahora, sonriente y generosa, así la recordaré siempre, aunque la vida haya querido que lo siguiente que sepa de ella es que mi amigo y toda su familia están buscando una bóveda.
Ya averiguaron en todos los cementerios de la ciudad, en los públicos, en los privados, no hay. Así como el sistema sanitario ha colapsado, el sistema funerario ha colapsado. No hay.
De inmediato comencé a hacer llamadas para tratar de ayudar. Se sucedieron los espantos en lo que me contaban los amigos: José, ha visto con sus propios ojos a ancianitas cavando con pico y pala en el patio de sus casas para enterrar a sus maridos; Ramón ha visto con sus propios ojos a gente dejando a sus parientes junto al río para que los lagartos y los buitres acometan; Carlos ha visto con sus propios ojos a gente abriendo alcantarillas para arrojar adentro… ¡Ni siquiera hay cómo comprar un lugarcito en ningún camposanto de la ciudad! No hay.
Entonces hice la llamada, sí, la más aterradora de mi vida. Del otro lado, gentil, atenta y amistosa, una autoridad de otra ciudad, a 80 km. Le pregunté si había aunque sea un “huequito” y me explicó que hace algunos años habían adquirido un terreno en las inmediaciones del pueblo para construir un cementerio pero por ahora solamente es un potrero grande y distante. Entonces lo dije: “sería un acto de solidaridad política con toda una ciudad, con otro cantón”.
Jamás me imaginé que alguna vez yo llamaría a una autoridad civil para pedirle un hueco, una cripta, algo, en donde poder enterrar a la madre de un amigo. Jamás. Me aterré. Me pregunto si alguien estará preparado para hacer una llamada así. Yo no.
Sin embargo, sirvió: lo van a hacer. Sí. La voluntad y la decisión, así como el potrero y el sendero, ya existen, pero aún hay que diseñar el protocolo, crear las ordenanzas, por lo que tomará una semana más. Mientras tanto, es posible que Marcelo tenga que mantener los restos de su madre junto a él y embadurnarlos de cal, embadurnarlos de café, embalarlos en plástico y mantenerlos en aserrín y hielo seco. Me aterré. Me pregunto si alguien estará preparado para recibir una respuesta así. Yo no.
Pero hice otras llamadas. En una de ellas, Zoila por fin me contestó. Así supe que una de las trabajadoras sociales del hospital le afirmó que su padre vive y descansa en una sala común del piso tres bien alimentado y con medicinas, por lo que “por favor, ya no se acerque al hospital porque está bastante contaminado”. Al saber eso Zoila se abrazó con Luz María, su mamita de 85 años, y lloraron juntas.
Después llamé a Juan y supe que su madre por fin descansa en paz, por lo que de inmediato llamé a José, el ebanista venezolano con el fin de expresarle mi gratitud. José me contó que aquella caja la hizo en seis horas junto a Lucía, su esposa, porque hace poco fallecieron en Venezuela tanto su padre como el de ella, y dado que no pudieron ir a ninguno de los funerales, el hecho de fabricar ese ataúd era una manera de enterrar a los suyos mientras ayudaban a alguien porque “también hemos recibido durante estos 3 años mucha ayuda de los ecuatorianos sin pedirnos nada a cambio”.
Mientras tanto, en la frontera sur del país, se ha desplegado el ejército peruano con tanquetas de guerra, helicópteros y vehículos blindados, pertenecientes al Batallón de Infantería “Cahuide” 211 de la 9na Brigada Blindada, como medida de seguridad preventiva para evitar que “los ecuatorianos y los venezolanos lleguen a Perú con el virus”.
Me aterré. Me pregunto si alguien…
Fotos: Cristian Avecillas
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