Los hijos del Estado: la resaca brutal de la generación protegida tras el triunfo de Kast
Funcionarios, asesores y herederos del poder público enfrentan la caída del Estado como refugio tras el colapso del Frente Amplio y la ex Concertación en Chile
Nota: Diario La Humanidad – Alfonso Ossandon
Corresponsalía – Milano – Italia
La victoria de José Antonio Kast no solo marca un giro político en Chile, sino que expone la crisis profunda de una generación formada dentro del Estado, protegida por el empleo público y el progresismo institucional. Hijos de funcionarios, asesores y cuadros medios del Frente Amplio, la ex Concertación y la izquierda administrativa descubren hoy que perder el poder también significa perder redes, ingresos y sentido de pertenencia. La resaca de la derrota electoral revela una verdad incómoda: ocupar el Estado nunca fue lo mismo que sobrevivir fuera de él.
Kast ya ganó. No hubo discusión posible: paliza clara. Y con esa paliza se derrumba toda la fantasía de una generación criada para mandar y protegida por el aparato del Estado. No hablamos de los líderes, los nombres mediáticos, los rockstars políticos. Hablamos de la tropa de funcionarios hijos del entorno real de quienes jugaron por el Frente Amplio, PS neoliberal, PC ilusorio, PPD – nunca se sabe que es esto -, DC y Radicales , vestigios, y todo ellos suman a los asesores, mandos medios, profesionales del discurso y jefaturas jóvenes que sostuvieron el poder. Esa generación que creyó que ocupar el Estado era equivalente a poseerlo.
Crecieron viendo a sus padres entrar y salir de ministerios y servicios públicos, aprendiendo que el Estado era hogar seguro, red de pertenencia, ecosistema vital. Nunca conocieron la intemperie, la derrota real ni la incertidumbre. El Frente Amplio no fue revolución para ellos: fue estética renovada, léxico inclusivo y moral declarativa, con la seguridad de que el mundo seguía girando bajo sus pies, pues desde esa altura era de ellos.
Pero el mundo no espera. La derrota administrativa es cruel: contratos que no se renuevan, sueldos que caen, currículums que no calzan. Matrimonios tensados hasta romperse, hijos que dejan de ser símbolo y se vuelven carga, amistades políticas que se evaporan sin cargos que repartir. El progresismo deja de ser causa y se transforma en recuerdo incómodo, casi como el mal sexo.
Lo paradójico y obsceno es que los niños símbolo —Boric, Vallejo, Jackson y otros— ya están a salvo. Dietas, asesorías, redes internacionales, capital simbólico convertible. Ellos escaparon antes de que se apagara la música. El resto de la generación queda en la intemperie, con envidia y con miedo.
Y lo más brutal: la mayoría tendrá que vender el auto, reducir gastos, volver a oler a metro, a transporte público, a oficinas compartidas, a códigos que no dominan fuera del Estado, porque mimetizarse con los rotos elimina amigos en las empresas privadas .
Descubrirán que su capital cultural y retórico no paga cuentas, no renegocia dividendos, no asegura vivienda. El lenguaje moral no llena la heladera ni calma la deuda.
El privilegio administrativo se convierte en exposición total, para la edad , verán que ya la orgía no es como antes.
Llorarán los hijos porque pierden el Estado. Llorarán los padres porque descubren que su pragmatismo de transición y traición dejó a la siguiente generación sin protección real.
La ex Concertación creyó que la historia estaba bajo control, que administrar era suficiente. Ahora ve el resultado: el karma devuelve la cuenta completa.
Como en Italia tras Meloni, donde el progresismo desplazado no salió a la calle y recurrió a ansiolíticos, antidepresivos, dopaje cotidiano, en Chile esta generación descubrirá que la pérdida duele en la biografía, no en la ideología. No es persecución: es irrelevancia.
No hay mediadores. No hay discurso que detenga la caída.
La generación criada para mandar, corregir y explicar aprende demasiado tarde que la calle no se ocupa para trepar: se habita o se muere en el intento.
Y ahora, sin Estado, sin redes y sin protección, deben enfrentar la realidad que nunca quisieron tocar: una vida ordinaria, precaria y sin privilegios, volviendo a oler a pueblo humedo y a pagar sus deudas con sudor y miedo.
El progresismo de escritorio se terminó.
La historia devuelve su factura, y la resaca, cruel y despiadada, apenas comienza.
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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad de Uruguay
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.Imagen: ex-ante.cl
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