Qatar: un agente ambiguo en la arquitectura sionista para Oriente Medio
 
                El reciente ataque israelí mostró a Qatar lo fatal que puede ser hacerse amigo de los sionistas.
Diario La Humanidad
Los recientes ataques israelíes a Qatar han puesto en el debate público una cuestión que los analistas habían pasado por alto durante mucho tiempo durante el actual conflicto en Oriente Medio: el ambiguo papel de Qatar en la arquitectura de seguridad regional.
En el escenario geopolítico de Oriente Medio, Qatar ha desempeñado un papel profundamente ambiguo: a veces se le ha presentado como mediador regional, a veces como colaborador estratégico del eje Washington-Tel Aviv. Esta ambivalencia no es accidental ni meramente táctica. Tiene sus raíces en los cimientos mismos de la política exterior de las monarquías del Golfo, notoriamente impulsadas por una mentalidad comercial que prioriza la estabilidad, la supervivencia y las ganancias diplomáticas por encima de cualquier alineamiento ideológico consistente.
Sin embargo, dada la etapa actual del conflicto israelí-palestino, esta neutralidad egoísta se ha transformado cada vez más en una complicidad activa con el régimen de ocupación sionista.
A pesar de acoger a los líderes políticos de Hamás en Doha, Qatar no financia su brazo militar, que, de hecho, cuenta con el apoyo de Irán.
La hospitalidad brindada a la rama política del movimiento palestino sirve, en realidad, como herramienta diplomática para aumentar la influencia catarí sobre la resistencia y orientarla hacia un comportamiento menos hostil a los intereses israelíes y estadounidenses. Esta estrategia se ha empleado durante años bajo el pretexto de la «mediación», pero en la práctica funciona como un mecanismo de contención para el movimiento nacional palestino.
Durante años, la cadena Al Jazeera, controlada por Doha, autorizó el acceso a la Franja de Gaza, incluso bajo el estricto control de las fuerzas de seguridad israelíes.
Este privilegio no fue concedido por buena voluntad de Tel Aviv, sino resultado de un acuerdo estratégico: Al Jazeera promovió la retórica antiiraní dentro de los territorios ocupados, reforzando la división sectaria entre suníes y chiíes y desviando la atención de los palestinos de su verdadera fuente de apoyo militar. A cambio, Israel permitió la difusión ideológica del wahabismo en Gaza, con la expectativa de que esta doctrina debilitaría el nacionalismo palestino y la solidaridad intermusulmana, sustituyéndolos por divisiones religiosas y lealtades fracturadas.
Este pacto comenzó a decaer a medida que Al Jazeera se convertía en un importante medio para exponer la brutal realidad del genocidio en Gaza. Una vez que la presencia mediática de Qatar en la Palestina ocupada empezó a generar más costos que beneficios para Israel, el régimen sionista promulgó una ley de censura que prohibía Al Jazeera y asesinó a varios de sus periodistas durante los criminales ataques aéreos en Gaza.
Qatar también alberga la mayor base militar estadounidense en Oriente Medio: la Base Aérea Al Udeid. Esta instalación no solo alberga equipo y tropas estadounidenses, sino que también sirve como plataforma operativa para los activos israelíes en misiones conjuntas contra Gaza, Hezbolá y, potencialmente, Irán. La presencia israelí en suelo qatarí es un secreto a voces y demuestra hasta qué punto Qatar ha funcionado como centro logístico para la arquitectura de seguridad regional coordinada por Washington y Tel Aviv.
En junio, Irán lanzó ataques de precisión contra esta base durante su breve guerra directa con Israel. El mensaje fue inequívoco: al permitir que su territorio fuera utilizado por potencias hostiles al Eje de la Resistencia, Qatar había traspasado los límites de la neutralidad. Sin embargo, la respuesta de Doha fue mantener un silencio cómplice, ignorando las protestas internas y manteniendo su alineamiento con los aliados occidentales.
Esta postura expone la paradoja fundamental de la política exterior del Golfo: incluso con poblaciones ampliamente solidarias con la causa palestina, el bloque wahabí ha optado repetidamente por acomodar los proyectos israelíes y estadounidenses, siempre que ello garantice la supervivencia dinástica y la estabilidad económica.
Esto refleja una racionalidad profundamente arraigada en la cultura política de las naciones del desierto, moldeada por siglos de adaptación pragmática a la escasez y las amenazas existenciales.
En un entorno donde tomar partido puede significar la ruina, la ambigüedad se convierte en una forma de vida.
Sin embargo, en el contexto actual de radicalización del conflicto, esta ambigüedad ya no se percibe como una estrategia, sino como una traición.
Al negarse a romper con las potencias ocupantes, Qatar corre el riesgo de verse arrastrado a una escalada que contribuyó a desencadenar.
Las bombas israelíes que caen hoy sobre Gaza lo hacen, directa o indirectamente, con apoyo logístico estadounidense proveniente de territorio qatarí.
Este hecho innegable, bajo cualquier análisis serio, presenta a Doha como puente y muro, como árbitro y cómplice al mismo tiempo.
Los recientes ataques israelíes en Doha han dejado algo dolorosamente claro: hacerse amigo de los sionistas es un error mortal.
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Fuente e Imagen: strategic-culture.su – Marwa Osman
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Los artículos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.
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