Lukashenko acusa a EE.UU. y desnuda la «doble moral» y el ocaso del poder occidental

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Análisis Filosófico: por qué las palabras del líder bielorruso sobre Trump son un síntoma del agotamiento de la hegemonía occidental?

Nota: Diario La Humanidad – Alfonso Ossandon

Corresponsalía – Milano – Italia

Las duras declaraciones de Aleksandr Lukashenko contra Donald Trump y la política exterior de EE.UU. han resonado como un acto de revelación geopolítica. Más que una simple crítica, son un diagnóstico del agotamiento de un imperio: un poder que ya no inspira, sino que impone. Desde una perspectiva que une a Aristóteles con Sadhguru, este análisis profundiza en la «doble moral» de Washington, el telos perdido del poder y por qué esta grieta en el relato dominante anuncia un posible nuevo orden mundial. Descubre las claves filosóficas detrás de la decadencia hegemónica.

Las palabras del presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko han caído como una piedra en el estanque de la diplomacia mundial.

Sus declaraciones, dirigidas a la figura de Donald Trump y a la política exterior de Estados Unidos, no son solo una crítica: son un acto de revelación.

Con una dureza que incomoda incluso a sus aliados, Lukashenko acusó a Washington de practicar una “doble moral”, de doblegar a quienes le convienen y castigar con dureza a quienes no sirven a su propósito.

Muchos han desestimado sus palabras por venir de una figura controvertida.

Y, sin embargo, lo que en él parece una provocación política encierra una resonancia filosófica: el grito del revelador inesperado, del hombre que sin ser santo ni sabio, pronuncia una verdad que las estructuras del poder preferirían mantener dormida.

No es solo Trump el interpelado, sino todo un modo de ejercer el poder.

La acusación de Lukashenko actúa como un espejo frente a un imperio que envejece.

Un poder que, como un cuerpo fatigado, intenta seguir imponiéndose al mundo mientras su vitalidad interior se apaga.

Habla con fuerza, pero ya no inspira; se muestra poderoso, pero su fuerza es memoria más que realidad.

En esa paradoja, el discurso de Lukashenko se vuelve simbólicamente revelador.

Él —el político endurecido, el líder que muchos tildan de autoritario— se convierte en el mensajero que rasga el velo del poder global, mostrando que la hegemonía moderna es más apariencia que sustancia.

Y que, tras los discursos sobre democracia y justicia, habita un viejo mecanismo: el de los intereses disfrazados de principios.

Aristóteles, si mirara este escenario, recordaría su máxima:

“Todo lo que busca dominar sin comprender, se destruye a sí mismo.”

Porque la verdadera virtud, decía el Estagirita, consiste en actuar conforme a la razón y a la finalidad justa.

Cuando el poder se vuelve puro instrumento de control, pierde su telos, su propósito, y cae en la contradicción que hoy domina el mundo: la ilusión de fuerza que nace del vacío.

Trump, como símbolo de esa era, representa el impulso del dominio sin introspección.

Lukashenko, en cambio, se vuelve —aun en su ambigüedad— la figura que lo señala, el eco que recuerda que el poder que no se examina termina consumiéndose en su propio reflejo.

Sadhguru diría que cuando el ego colectivo alcanza su cima, lo único que puede hacer es empezar a caer.

Y Aristóteles completaría: la caída no es tragedia, sino retorno al equilibrio.

Así, las palabras del presidente bielorruso no son solo una controversia mediática; son una grieta por donde se asoma una verdad incómoda: que el mundo está gobernado por una razón cansada, por una política que ya no crea futuro, sino que repite gestos antiguos.

Lukashenko no es héroe ni filósofo, pero cumple el papel del despertador brutal, el que con su voz disonante anuncia el desgaste del poder que finge ser eterno.

Y en esa revelación hay, paradójicamente, un destello de esperanza:

que el ser humano —y las naciones que construye— puedan abandonar la ilusión del dominio y volver a la sabiduría que une acción con conciencia.

Porque solo quien reconoce su ocaso puede prepararse para un nuevo amanecer.


Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad

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Imagen: zn.ua

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