La masacre fascista de Bolonia: 45 años de silencio, cobardía e impunidad

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A las 10:25 de la mañana del 2 de agosto de 1980, una bomba estalló en la sala de espera de segunda clase de la estación central de Bolonia. Ochenta y cinco muertos. Más de doscientos heridos. Una masacre. La mayor cometida en Europa occidental en tiempos de “paz” después de la Segunda Guerra Mundial.

Nota: Diario La Humanidad  Alfonso Ossandón – Corresponsalía Milano- Italia

El atentado fue obra de la extrema derecha fascista italiana, y no fue un hecho aislado ni espontáneo: fue parte de una estrategia bien calculada, diseñada para desestabilizar al país e impedir el avance de las fuerzas populares y progresistas. ¿El contexto? La Guerra Fría. ¿Los beneficiarios? La OTAN, la CIA y el orden capitalista europeo que no estaba dispuesto a permitir que Italia se les saliera de las manos.

Aquel día, no solo se hizo trizas el cuerpo de decenas de inocentes. Se quebró la confianza en el Estado.

Porque lo que vino después fue aún más infame que el atentado mismo: la protección de los responsables, la manipulación de pruebas, la fabricación de pistas falsas, el silencio oficial. Una maquinaria estatal entera se activó no para castigar a los culpables, sino para encubrirlos. Para desviar la atención. Para mantener a salvo las redes de poder que habían operado en las sombras.

Los autores materiales —militantes de los Núcleos Armados Revolucionarios ( neofascistas )— fueron condenados. Pero los verdaderos cerebros detrás del crimen —militares, políticos, agentes secretos y cómplices internacionales— nunca enfrentaron un tribunal. Porque decir la verdad implicaba reconocer que el Estado italiano fue funcional al terrorismo fascista, y que éste, a su vez, actuó como un instrumento sucio de la estrategia atlántica para contener a la izquierda y sembrar el miedo.

Hoy, han pasado 45 años. En Bolonia se siguen realizando actos conmemorativos. A las 10:25, cada 2 de agosto, suenan tres pitidos que detienen por un instante la vida de la ciudad. Pero Italia, como Estado, como sociedad, como clase política, ha optado por la cobardía. Prefiere los rituales simbólicos a la verdad. La memoria decorativa al juicio. La falsa neutralidad histórica al enfrentamiento con su propio pasado.

Y el fascismo, mientras tanto, se ha reciclado. Ya no lleva uniforme negro, pero gobierna.

Es un país que aún no se atreve a mirar de frente a sus muertos. Que calla para no incomodar a sus aliados. Que acepta con mansedumbre que los tentáculos de la OTAN, la CIA y los servicios secretos nacionales jugaron con la vida de sus ciudadanos como piezas descartables. Porque, para el poder, el terrorismo de derecha siempre ha sido más útil que escandaloso.

En las escuelas italianas apenas se menciona el atentado. Los libros de historia lo tratan como un hecho marginal. Los medios lo recuerdan con tono aséptico, casi administrativo. Y muchos jóvenes no saben —o no quieren saber— que su país fue laboratorio de una guerra sucia continental. Mientras tanto, quienes intentaron desenterrar la verdad han sido silenciados, aislados, marginados.

Porque en Italia, la impunidad del fascismo no es una herida: es una política de Estado.

La masacre de Bolonia no fue solo un crimen atroz. Fue un mensaje.

Un mensaje escrito con sangre:

“el poder puede asesinar si lo necesita, y nadie pagará por ello”.

Cuarenta y cinco años después, ese mensaje sigue vigente.

Y la vergüenza, lejos de apagarse, se convierte en rabia.

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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera /  © Diario La Humanidad

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Imagen: itanol.com

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