Kast en Chile: frontera, cárceles y el regreso del autoritarismo como estrategia política
La crisis carcelaria, la migración y la frontera boliviana reaparecen como ejes del discurso de la nueva derecha chilena, en un escenario donde el miedo social reemplaza al debate democrático.
Nota: Diario La Humanidad – Alfonso Ossandon
Corresponsalía – Milano – Italia
Las recientes declaraciones de José Antonio Kast sobre seguridad, migración y frontera en Chile reactivan una narrativa conocida en América Latina: la construcción del enemigo externo para encubrir fallas estructurales del sistema penitenciario y consolidar salidas autoritarias. Entre cárceles colapsadas, control fronterizo y discursos de mano dura, la seguridad se convierte en una coartada política que amenaza los derechos humanos y el núcleo de la democracia.
KAST YA GOBIERNA – La seguridad como coartada. Frontera, cárceles y las sombras que regresan.
Las recientes declaraciones de José Antonio Kast, que buscan vincular la crisis carcelaria chilena con la frontera boliviana, no constituyen una propuesta de política exterior ni una estrategia real de seguridad. Se inscriben, más bien, en una operación política conocida en América Latina: la construcción del enemigo externo como mecanismo para desviar la atención de conflictos internos no resueltos. La historia regional ofrece antecedentes claros. Videla, Galtieri y Pinochet recurrieron a escaladas retóricas similares, algunas de ellas contenidas solo por la mediación papal, con el objetivo de reordenar el miedo social y recomponer legitimidades erosionadas.
Kast conoce los límites reales de una confrontación diplomática con Bolivia. Por eso, la frontera opera aquí como escenario simbólico más que como problema efectivo. El desplazamiento del debate público hacia la migración y la amenaza externa permite eludir una discusión incómoda: el colapso estructural del sistema penitenciario chileno y su profunda imbricación con el poder político, judicial y mediático. No se trata de un error de diagnóstico, sino de una táctica deliberada.
En Chile, las cárceles no funcionan únicamente como espacios de castigo. Se han convertido en nodos de articulación entre organizaciones delictuales, Gendarmería, policías, tribunales, clase política y medios de comunicación. La corrupción no aparece como una desviación excepcional, sino como un mecanismo informal de regulación. Los episodios de violencia, amplificados de manera selectiva, cumplen una función precisa: generar shock, producir miedo social y bloquear cualquier análisis estructural del problema.
Ese clima de emergencia permanente habilita soluciones autoritarias. La expansión carcelaria, el endurecimiento penal y la importación de modelos como el aplicado por Nayib Bukele en El Salvador se presentan como respuestas técnicas al delito. Sin embargo, operan principalmente como tecnologías de control político. La privatización del sistema penitenciario y la normalización de estados de excepción revelan que no estamos ante un fracaso del modelo, sino ante su lógica de funcionamiento bajo un autoritarismo neoliberal en expansión.
La migración se inserta en este esquema como una variable estratégica. Estados Unidos, en su política de endurecimiento fronterizo, necesita canalizar hacia otros territorios a los migrantes que expulsa o impide ingresar. América Latina corre el riesgo de convertirse en una zona satélite de contención, replicando esquemas ya ensayados en Europa, donde países periféricos asumen la gestión de centros de detención financiados por potencias centrales. En este contexto, las discusiones sobre coordinaciones regionales entre Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y Argentina apuntan a la consolidación de un sistema transnacional de control, más cercano al negocio de la seguridad que a una política migratoria humanitaria.
Este giro no es solo institucional, sino también ideológico. La nueva derecha latinoamericana se articula cada vez menos en torno a programas y más en torno a identidades morales, emociones colectivas y narrativas de decadencia. El adversario político se convierte en amenaza existencial y la política se reduce a una disputa entre el bien y el mal. Esta lógica, que algunos definen como identitarismo conservador, recicla elementos autoritarios del siglo XX en un lenguaje actualizado y mediáticamente eficaz.
En ese marco, resulta ineludible reabrir el debate sobre las herencias ideológicas que persisten en la región. La huida de estructuras nazis hacia América Latina tras la Segunda Guerra Mundial, su inserción en redes de seguridad y poder, y su influencia indirecta en prácticas autoritarias posteriores no pertenecen al terreno de la especulación, sino de la historia documentada. Ignorar estas continuidades debilita la capacidad democrática para comprender el presente.
Desnazificar no es una consigna ni un gesto simbólico. Es una tarea democrática pendiente: implica desmontar las narrativas que naturalizan el autoritarismo, recuperar la memoria histórica y restituir el sentido político de los derechos humanos.
Cuando la frontera, la cárcel y la migración se transforman en instrumentos de administración del miedo, lo que está en juego no es solo la seguridad, sino el núcleo mismo de la democracia.
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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad – Uruguay
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Imagen: laizquierdadiario
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