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El régimen compara no sólo a Hamas sino a toda la población de Gaza con los «nazis»; esta analogía sirve ante todo para oscurecer y desviar la atención de 80 años de imparable apartheid

Diario La Humanidad 

La principal función de las comparaciones históricas -que involucran a un objeto más familiar ubicado en el pasado y otro, menos conocido, ubicado en el presente- es revelar tanto las similitudes como las diferencias y al movilizar nuestro conocimiento sobre el primero, llegar a un entendimiento más profundo sobre el segundo (Marc Bloch). Esto, por supuesto, es un ideal.

A menudo las analogías acaban instrumentalizadas y abusadas en el discurso cotidiano con tal de sólo desprestigiar y/o deslegitimar a un oponente. Igualmente, es un ideal el afán de que la comparación histórica, junto con abonar a la comprensión, sirva para desarrollar una posición más humanista.

A fin de lograrlo, las comparaciones deben realizarse con tal de no menospreciar ni tergiversar tanto el pasado como el presente. Esto puede ser cierto incluso para los acontecimientos considerados «incomparables» -dadas sus características particulares-, pero cuya comparación puede ser justificada y beneficiosa. ¿Si nada, por ejemplo, puede compararse al holocausto -un clásico ejemplo de este tipo de hecho (Hartmut von Sass)-, cómo podemos aprender a reconocer ciertas tendencias y asegurarnos de que nunca se repitan? Algo parecido ocurre con la comparación con los «nazis».

Aquí la operación del régimen sionista en Gaza -lanzada en respuesta al ataque reivindicativo de Hamas (7-O), pero desde los inicios igual con claras intenciones genocidas-, se vislumbra desde la teoría de las comparaciones históricas como muy ilustrativa para todo el carácter «desigual» y «disímil» de las analogías. De su capacidad de ser movilizadas para fines instrumentales, «vejatorios» y atroces desde el poder y de su potencial crítico cuando son usadas a fin de «comprender» y «advertir» (aunque su empleo pueda parecer tardío o fútil).

Como vimos en las declaraciones de los políticos israelíes (Netanyahu, Herzog, Smotrich, Bennett et al.) que, edificando sobre un largo pasado del abuso de la historia del holocausto y la instrumental «fusión» de los palestinos con los nazis por Israel (documentados bien por Idith Zertal, Norman Finkelstein o Avi Shlaim), compararon no sólo a Hamas, sino a toda la población Gaza con los «nazis»; esta analogía sirvió ante todo para oscurecer y desviar la atención del debido contexto que literalmente explotó el 7-O: 80 años de imparable colonización de asentamientos (settler colonialism) de Palestina, décadas de terrorismo del Estado israelí, la ocupacion, sofocación y la mutilación sinfín de Gaza.

Igualmente, como bien desde los inicios alertaron también algunos historiadores críticos israelíes como Raz Segal u Omer Bartov, esta analogía -y su uso como un «arma» por parte de una potencia militar respaldada por todo el mundo occidental frente a una población colonizada sin Estado- representaba una trivialización de la propia historia del holocausto y un «comentario deshumanizador» que buscaba avalar la violencia masiva en contra de los palestinos, ya que, como señalaba Bartov, «no se habla con los nazis; se mata a los nazis».

Sintomáticamente para todo el uso de las comparaciones -al reconocer también, después de un titubeo inicial, que Israel estaba cometiendo genocidio en Gaza- el mismo estudioso, tratando de revertir los polos de la analogía en cuestión y salvaguardar algo de su potencial crítico, propuso comparar, en cambio, la ideología y el clima político-intelectual en Israel con Alemania nazi (sic).

Apuntando a la misma interiorización de la visión de los adversarios como «seres inferiores», «animales» e «subhumanos desprovistos de cualquier derecho» -el modo en que los nazis veían a los mismos judíos, reproducido hoy por los israelíes respecto a los palestinos-, para Bartov «esta era la verdadera lección del holocausto que nadie aprendió» y que este proceso se estaba repitiendo en Gaza.

En el mismo espíritu, ya desde hace años, otro historiador israelí, Daniel Blatman, defendía los beneficios -y en un buen espíritu blochiano señalaba también los límites- de comparar a Israel con los nazis, presintiendo que tarde o temprano las tendencias políticas de este país desembocarían en una bien organizada y aceptada socialmente limpieza étnica de los palestinos, algo que efectivamente llegó a suceder y se combinó encima con el genocidio en curso, «el fruto de un proceso en el que la retórica, las políticas, el discurso político, la deshumanización colectiva y los patrones de acción repetidos convergieron en actos masivos de destrucción».

Ya a finales de los 80, Yeshayahu Leibowitz, el gran erudito y crítico social israelí, advirtió que Israel y el sionismo se habían convertido en una antítesis de los valores humanistas judíos y apuntando al efecto deshumanizador de la ocupación militar de Palestina en los soldados israelíes, alertaba que ésta los convirtió en «judeo-nazis». Si bien en su momento para algunos su analogía pareció exagerada, acabó reivindicada después de observar la conducta de los soldados en Gaza y las reacciones de sus connacionales.

Las deficiencias y las «ambigüedades» de las comparaciones históricas (Arno J. Mayer) seguramente tienen algo que ver con el hecho que la analogía a los «nazis», como la de Leibowitz u otros -en sí misma controvertida, pero hecha con fundamentos y fines buenos-, no caló en el imaginario común frente a su uso instrumental, «vejatorio» y deshumanizador desde el poder.

Y que no resultó útil en prevenir que ciertos -y bien identificados históricamente- patrones, se repitieran en otros contextos y en otros ropajes.

¿Una prueba definitiva en contra de las analogías como tales, o un testimonio en contra de las intenciones de perpetradores disfrazados de víctimas?

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Fuente e imagen: La Haine – @MaciekWizz

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Los artículos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.

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