Cómo Europa Externaliza su Violencia en la Era de la Desinformación
Un análisis crudo de Alfonso Ossandon desde Italia: la reinvención del neofascismo, la tradición como herramienta de represión y el negocio de la guerra que convierte muertos en datos.
Nota: Diario La Humanidad – Alfonso Ossandon
Corresponsalía – Milano – Italia
En este contundente ensayo, el periodista chileno exiliado Alfonso Ossandón desnuda la gramática del poder en la Europa contemporánea. Desde su experiencia en medios como TeleSur y RT, revela cómo el genocidio se ha tercerizado como un negocio proxy, donde los muertos son datos y los refugiados, estadísticas. Analiza el auge del neofascismo en Italia, la nostalgia tóxica que reemplaza el futuro y cómo el ecologismo se convierte en un branding moral que oculta la crisis. Frente a la decadencia de un continente que «recicla conceptos, no basura», Ossandón plantea que es la hora de América Latina: debe venir a reclamar lo suyo en el «meta-remate» de una civilización en venta. Un texto indispensable para entender las geopolíticas de la desinformación y el nuevo orden mundial multipolar.
Orden, tradición, genocidio como negocio proxy
Por Alfonso Ossandón Antiquera
Investigador y periodista chileno, exiliado político en Europa. Ha trabajado en medios como TeleSur, y en la TV estatal de Bolivia, colaborado con Sputnik , RT Rusia, Hispantv Irán. Actualmente reside en Italia, trabaja junto a otros colegas en el registro histórico de «La Caída de Europa».
_ Europa vuelve a hablar de orden y de tradición, palabras que hace un siglo ya justificaron imperios y guerras.
Pero ahora ese lenguaje regresa con traje moderno, bajo una gramática tecnológica, verde y moral.
En nombre de la estabilidad, el control y la identidad, el continente repite los reflejos de su decadencia, mientras externaliza su violencia.
El genocidio ya no se declara: se terceriza.
Es un negocio proxy, una industria donde los muertos son datos y los refugiados, estadísticas útiles para los informes de derechos humanos.
He visto de cerca cómo opera esta maquinaria.
Durante años trabajé en la televisión estatal boliviana, en tiempos de Evo Morales y Luis Arce, haciendo geopolítica desde una mirada multipolar.
Colaboré con TeleSur, con Sputnik y RT, entrevistando a voces de Irán y Corea del Norte cuando eso era impensable en América Latina.
Conocí de primera mano la narrativa que hoy define el mundo: la verdad ya no es un valor, sino una estrategia.
Y desde esa experiencia puedo decirlo con claridad: la guerra contemporánea se ha convertido en un formato rentable.
Cada bomba tiene un patrocinador, cada discurso sobre la paz, una factura, sobre todo cuando está se instala debajo de un auto de un periodista incómodo como en Italia y el atentado contra Ranucci.
Hoy vivo en Italia.
Observo desde dentro cómo el neofascismo se reinventa, cómo la palabra “tradición” se usa para blanquear la represión y cómo la nostalgia del pasado reemplaza a cualquier proyecto de futuro.
Aquí la belleza y la crisis conviven con naturalidad: un país donde la ruina es patrimonio, la corrupción folclore y el cansancio colectivo una forma de elegancia.
Italia es, quizás, el espejo más honesto de la Europa actual: una civilización envejecida que administra su ocaso con refinamiento, Bélgica otro país que conozco bien es algo más lujurioso pero eso da para otro relato.
He asistido a reuniones sobre cambio climático donde los eurodiputados justifican millones en presupuestos mientras el plástico cubre mares y montañas.
Vivo en un continente que recicla conceptos, no basura.
Hablan de sostenibilidad, pero el tiempo se gasta en gestionar residuos que tardarán quinientos años en desaparecer.
Europa ha convertido el ecologismo en branding moral, el humanismo en protocolo, y la tragedia —como Gaza— en espectáculo mediatizado.
Como investigador y lector de la vida cotidiana, recorro la Italia profunda: pueblos donde los ancianos aún recuerdan la guerra y los jóvenes no creen en casi nada.
Allí percibo un sentimiento común: la modernidad europea ha llegado a su saturación.
El placer, la fe, la política y el amor se han vuelto versiones pálidas de sí mismos.
Europa ya no produce deseo o lujuria de los 90: sólo nostalgia.
Desde mi exilio, veo claro que es la hora de América Latina.
Nuestra región no sólo debe buscar su segunda independencia,
sino venir también a buscar lo suyo en el metarremate de Europa en «asta».
Aquí todo está en venta: los símbolos, la moral, la historia.
Y es justamente ahí donde América Latina puede recuperar lo que le pertenece:
su energía, su vitalidad, su capacidad de mezclar lo sagrado y lo profano,
su memoria del dolor convertida en ternura, Minerva mediante.
Europa necesita a América Latina más de lo que admite.
Necesita nuestra irreverencia, nuestra fe sin dogma, nuestra creatividad para sobrevivir al colapso.
Nosotros entendemos el caos, porque nacimos en él.
Podemos leer el tarot de la historia y ver que el futuro no pertenece a los imperios, sino a los pueblos que aún saben sentir y reinventarse.
Desde Italia, entre ruinas hermosas y discursos vacíos, sostengo una convicción:
el orden sin justicia no es civilización,
la tradición sin memoria es propaganda,
y el genocidio, cuando se convierte en negocio, deja de ser tragedia para volverse sistema.
Y es contra ese sistema —de cuerpos tercerizados, culpas exportadas y verdades higienizadas—
que América Latina debe levantarse una vez más,
no sólo para emanciparse, sino para reapropiarse del mundo que ayudó a construir con su dolor, su música y su esperanza.
—
Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad
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