“Macron en Chile: Una oda tragicómica al amor francés por el dinero verde y los aplausos trasandinos”

«Yeguas del Apocalipsis Now»
Nota: Alfonso Ossandón, Diario la Humanidad – Corresponsalía (Milano – Italia)
Viene Macron, señoras y señores, el gran emperador contemporáneo de la dulce decadencia europea. Llega con su séquito perfumado, oliendo a esa mezcla finísima de pólvora y perfume caro, esa esencia de los imperios en decadencia que siguen creyendo en los espejismos del poder y la gloria.
Desde La Moneda nos anuncian su arribo como si viniera el Mesías de las energías renovables, el salvador que convertirá el sol y el viento chileno en dinero europeo y puestos de trabajo —¡qué generosidad tan postmoderna! Dicen que este noble caballero cruzará el Atlántico después de la cumbre del G20 en Brasil, y que nos honrará con tres días de su presencia. Sí, tres días que prometen ser una farsa digna de una performance de las Yeguas del Apocalipsis.
Pero no se equivoquen: Macron no viene a salvar ni a Chile ni a la Tierra. No viene a liderar ninguna cruzada por el planeta; viene en su caballo verde a cuidar los intereses de los Rothschild, BlackRock y Vanguard, esos eternos jinetes del capitalismo que exprimen tanto a Europa como a cualquier otra región que se deje. Los discursos de «alianzas estratégicas» y «energía verde» son su nuevo perfume; las promesas de multilateralismo y sostenibilidad, sus nuevas promesas vacías, recicladas en este lado del mundo para hacerlas lucir frescas. Y Chile, siempre tan diplomático, le abre los brazos a este teatro con el rostro cubierto de sonrisas, mientras el presidente Boric prepara las frases bonitas y las fotos de rigor para inmortalizar el momento en que nuestras manos y nuestros recursos pasan, una vez más, a manos de la élite europea.
La Moneda dice que buscan fortalecer los lazos en inteligencia artificial, en cultura, en economía, en energía limpia. ¡Claro que sí! Si algo ama Francia es un socio que se deje cortejar para luego firmar acuerdos que llenan sus bolsillos y vacían los nuestros. Dicen que compartimos una visión de “multilateralismo” y “sostenibilidad”. Pero, en realidad, ¿qué significa esa «visión compartida»? Porque los números hablan más claro que los comunicados de prensa: 1.739 millones de dólares de inversión francesa en Chile; 300 empresas francesas —del CAC 40, nada menos— operando en casi todos nuestros sectores económicos. No hay rincón sin su huella: la banca, la industria, el transporte, la electrónica, el agua. Incluso el agua. ¿Y ellos nos venden multilateralismo?
Para Macron, el viaje es una estrategia de renovación. Europa huele a ruina y a humo de cañones —la política guerrerista en Ucrania lo dejó sin aire fresco, y la sombra de las corporaciones que protegen sus intereses en esa guerra lo sigue como un mal perfume. Macron necesita una brisa nueva, y al parecer, ha decidido que la encontrará en la cálida bienvenida de La Moneda y en los cielos solares de Atacama. Viene en busca de oxígeno, y encuentra en América Latina un patio de juegos perfecto para enmascarar su fracaso en casa con promesas de progreso. Para eso son las alianzas, para eso los brindis y las fotos: para disfrazar el desastre europeo de promesa ecológica en tierras lejanas.
Y nosotros, siempre tan corteses, jugamos el papel que nos han asignado. Chile, «líder en transformación energética», «aliado estratégico de Francia». ¡Ah, qué bello suena en los comunicados de prensa! Pero en el fondo, sabemos que aquí no hay ni alianza ni hermandad, solo contratos y transacciones. Macron viene a “potenciar vínculos” y nosotros ofrecemos los recursos; él ofrece palabras, y nosotros ponemos las minas, el litio, el sol, el viento. ¿Para quién? Quizá para sus patrones en BlackRock, que no han tocado un trozo de litio en su vida pero lo compran, lo venden, lo cuentan y lo descuentan desde la comodidad de sus rascacielos.
La imagen de Macron y Boric, dos «actores destacados» en sus regiones, uniendo fuerzas en nombre de «la democracia, los derechos humanos y la sostenibilidad» tiene un aire de opereta barroca, de esas que se ven en la gran pantalla y que terminan con carcajadas y aplausos, aunque de fondo los ecos sigan siendo de intereses y silencio. ¿Qué queda para Chile? Los brindis, el eco de las promesas y, cómo no, el orgullo de haber estrechado manos en nombre de la «transición verde».
Así que, recibamos a Macron como lo que es: un emisario de esa vieja Europa que ya no se sostiene, que finge luchar por el cambio climático mientras cubre su rostro con la máscara de la sostenibilidad. Recibámoslo con la ironía de quien sabe que el romance entre países no es más que una danza de intereses en la que, al final, solo uno lleva el trofeo a casa.
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Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad
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