La situación en Siria, marcada por el resurgimiento de la violencia y la caída del gobierno de Bashar al-Asad, no puede entenderse de forma aislada: es un reflejo de una dinámica geopolítica global que conecta los conflictos en Asia Occidental con la guerra en Ucrania.

NOTA: Corresponsalía Milano, Diario la Humanidad

Milano – Italia

Ambos escenarios revelan el enfrentamiento encubierto entre bloques de poder globales, donde las grandes potencias disputan su influencia en regiones estratégicas y recursos vitales. Siria, como punto clave en el mapa energético y militar del mundo, se convierte en un campo de batalla para proyectos geopolíticos que buscan controlar rutas estratégicas y recursos esenciales, enfrentando a actores como Rusia, Irán y sus aliados, contra Estados Unidos, Israel y potencias de la OTAN.

En este contexto, Siria no solo sufre la devastación directa de las ofensivas militares, sino también las repercusiones de la concentración de fuerzas rusas en Ucrania. Esta circunstancia ha sido aprovechada por actores como Turquía y Estados Unidos, ambos miembros de la OTAN, para financiar y apoyar con armamento a mercenarios y grupos paramilitares en Siria. Israel, por su parte, complementa esta estrategia con bombardeos selectivos y asesinatos de líderes clave, debilitando aún más la capacidad de resistencia del gobierno sirio y de sus aliados como Hezbollah.

Estos grupos armados, que incluyen organizaciones como Hayat Tahrir al-Sham (HTS), operan con la protección y respaldo tácito de estas potencias, desestabilizando regiones como Idlib y Alepo mientras persiguen objetivos políticos alineados con el bloque occidental. Esta intervención no es solo militar, sino estratégica. Occidente utiliza el caos en Siria como una pieza más en su tablero global para presionar a Rusia, debilitando su influencia regional y, al mismo tiempo, prolongando la guerra de desgaste en Ucrania. Sin embargo, la participación activa de Turquía y Estados Unidos, países clave de la OTAN, y de Israel, ha encendido un polvorín geopolítico con consecuencias que trascienden las fronteras sirias.

La posibilidad de una guerra civil total amenaza no solo la unidad de Siria, sino también el equilibrio regional en Medio Oriente, que, de romperse, podría detonar conflictos mayores con ramificaciones globales. El pronóstico es sombrío. Si Siria es un espejo de las tensiones globales, el uso de mercenarios apoyados por miembros de la OTAN e Israel y el fracaso de Occidente en Ucrania sugieren un mundo al borde de una confrontación directa entre potencias.

Estamos ya inmersos en una guerra mundial encubierta: una guerra híbrida que no solo enfrenta ejércitos, sino que redefine economías, alianzas y la percepción de seguridad global. El desenlace podría ser más trágico de lo previsto, con el colapso de los sistemas financieros occidentales y la posibilidad de una escalada nuclear que obligue a todos los actores a repensar su estrategia. Siria, hoy, no es solo un campo de batalla, sino el preludio de un epílogo mucho más vergonzoso y devastador para el orden internacional.

La cuestión de si Rusia, China, India e Irán deberían suspender la posible incorporación de Turquía a los BRICS debido a su implicación en la crisis siria es un tema complejo que involucra consideraciones geopolíticas, económicas y estratégicas. La caída de Siria en manos de mercenarios apoyados por Turquía, junto con Estados Unidos e Israel, plantea serias dudas sobre la confiabilidad de Ankara como socio dentro de un bloque que busca redefinir el orden mundial con principios de soberanía y respeto mutuo.

Turquía ha jugado un papel ambivalente en los últimos años. Por un lado, busca proyectarse como un actor independiente con intereses estratégicos propios, desafiando a veces a sus socios de la OTAN. Por otro, su apoyo a grupos armados en Siria y su doble juego en conflictos clave, como el de Ucrania, generan desconfianza. Si los BRICS se presentan como una alternativa al orden occidental, admitir a Turquía sin un cambio claro en su política exterior podría debilitar la cohesión y los principios del bloque.

La participación activa de Turquía en el apoyo a mercenarios en Siria, junto con sus vínculos históricos con grupos extremistas, no solo ha agravado la tragedia humanitaria en el país árabe, sino que también pone en peligro la estabilidad regional. Además, Ankara ha demostrado una inclinación a utilizar su posición estratégica como moneda de cambio, a menudo en detrimento de los intereses de Rusia, Irán y otros actores clave en la región.

Sancionar a Turquía con la suspensión de su posible entrada a los BRICS enviaría un mensaje claro: el bloque no tolerará comportamientos que socaven la soberanía de otros estados ni que beneficien agendas alineadas con Occidente, especialmente cuando estas contradicen los principios que el grupo dice defender. Al mismo tiempo, obligaría a Ankara a reevaluar su postura geopolítica si realmente desea formar parte de un eje alternativo liderado por potencias emergentes.

Sin embargo, esta decisión debe ser calculada. Turquía, debido a su posición geográfica y su economía en desarrollo, podría ser un aliado valioso si se alinea con los intereses de los BRICS. La clave está en condicionar cualquier integración a un cambio tangible en su política exterior, especialmente en lo que respecta a Siria y su relación con los intereses de la OTAN. Esto garantizaría que su inclusión fortalezca al bloque en lugar de debilitarlo.

En última instancia, la caída de Siria debería tener un costo político significativo para Turquía. Si los BRICS buscan consolidarse como una fuerza coherente y contrapeso al orden occidental, deben demostrar que no permitirán que actores con un historial de inestabilidad y doble juego comprometan sus objetivos estratégicos.

Corresponsalía Milano / Alfonso Ossandón Antiquera / © Diario La Humanidad

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