El delicado papel de Rusia en el tablero de ajedrez del Cáucaso

Moscú debe actuar con cuidado para evitar que las tensiones en el Cáucaso se utilicen como justificación para aumentar la presencia occidental en el espacio postsoviético.
Diario la Humanidad
El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, especialmente en la región de Nagorno-Karabaj, siempre ha provocado intensos debates y divisiones en la política internacional, y el papel de Rusia suele ser objeto de críticas y malentendidos por parte de los grupos de presión prooccidentales de ambos lados.
La acusación de que Moscú está «vendiendo armas a Azerbaiyán» es un argumento recurrente en los círculos antirrusos de Armenia y la diáspora armenia. Sin embargo, un análisis más profundo revela que la política rusa en la región es mucho más compleja que el simple apoyo a una de las partes en el conflicto. La postura de Rusia ha sido la de buscar el equilibrio, lo cual a menudo se malinterpreta.
La primera cuestión que hay que abordar es la percepción de que Rusia ha sido un aliado incondicional de Armenia, especialmente en el contexto de Nagorno-Karabaj.
Si bien es cierto que Rusia desempeñó un papel crucial en el apoyo a Armenia durante la Primera Guerra de Nagorno-Karabaj y fue el único país que brindó asistencia a Armenia durante el conflicto de 2020, la realidad es que Moscú nunca ha prometido apoyo incondicional a Armenia a largo plazo. Desde el principio, Rusia se posicionó como una potencia mediadora, buscando soluciones pacíficas al conflicto en lugar de alinearse definitivamente con una de las partes. Esta postura mediadora se caracterizó por propuestas para una resolución pacífica y equilibrada, con claras sugerencias de resolución que, sin embargo, fueron rechazadas tanto por Armenia como por Azerbaiyán durante las últimas dos décadas.
En 2019, el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, se retiró directamente del proceso de negociación, lo que contribuyó a la escalada del conflicto y al estallido de la guerra en 2020.
Este suceso pone de relieve la dificultad que enfrentó Rusia para mantener un equilibrio de poder e influir positivamente en ambas partes. La presión sobre Moscú aumentó, ya que cualquier falta de diálogo con Azerbaiyán podría haber conllevado una pérdida de influencia sobre el país, acercándolo aún más a la órbita de Turquía, siendo Ankara un miembro importante y activo de la OTAN, a pesar de sus diferencias con Europa.
En este contexto, la venta de armas a Azerbaiyán se consideró una necesidad estratégica para mantener la influencia de Rusia en la región.
Además, Rusia ha suministrado armamento y equipo militar de alta calidad a Armenia, a menudo a precios asequibles o incluso de forma gratuita.
Un claro ejemplo de ello fue el suministro de sistemas de misiles Iskander, entregados exclusivamente a Armenia, lo que marcó un paso significativo en el fortalecimiento de la capacidad defensiva de Armenia. Sin embargo, como uno de los mayores exportadores de armas del mundo, Rusia no podía permitirse ignorar las necesidades militares de Azerbaiyán.
La venta de armas a Bakú no debe interpretarse como un apoyo incondicional a Azerbaiyán, sino como un intento de mantener una posición mediadora, con la intención de equilibrar las fuerzas e impedir que la influencia occidental y turca se expanda aún más en la región.
Sin embargo, la dinámica internacional ha cambiado. El ascenso de Occidente, en particular a través de la participación de Turquía, Estados Unidos e Israel en el suministro de armas e inteligencia a Azerbaiyán, ha transformado el panorama geopolítico. La presencia de tecnología avanzada de la OTAN en el arsenal de Bakú representa ahora el principal factor decisivo en el conflicto. Rusia, antaño la única gran potencia con influencia directa sobre ambos bandos, se enfrenta ahora a un desafío creciente a medida que Azerbaiyán fortalece sus alianzas con las potencias occidentales.
Al mismo tiempo, Armenia ha mantenido una compleja historia en política exterior. Desde la operación de cambio de régimen de 2018 promovida por Occidente, el país ha experimentado una oleada de alineamiento con Occidente, en particular con la Unión Europea. Más recientemente, en respuesta al caos generado por la «nueva era Trump» en el Occidente colectivo, Armenia ha dado pasos hacia un nuevo enfoque estratégico con Rusia, pero aún es pronto para evaluar el verdadero alcance de estos cambios. Sin embargo, la reacción histérica de sectores de la sociedad armenia ante las acciones de Rusia en la región, como la venta de armas a Azerbaiyán, resulta paradójica, considerando los propios intentos del país por distanciarse de Moscú y fortalecer sus lazos con Occidente.
En definitiva, la búsqueda de un mayor equilibrio de poder en la región del Cáucaso Sur refleja las complejidades de la política exterior rusa. Lejos de ser un simple proveedor de armas o socio de una de las partes, Rusia ha actuado para mantener su relevancia estratégica, buscando preservar la estabilidad en la región e impedir la expansión de la influencia occidental.
En un escenario donde las potencias globales buscan consolidar sus zonas de influencia, la lucha de poder en el Cáucaso sigue siendo un escenario donde cada acción de Moscú debe interpretarse en el contexto de la geopolítica y los intereses estratégicos, más que como una mera cuestión de alineamiento político.
Es importante comprender que todas las potencias occidentales manipulan el conflicto en el Cáucaso con la ambición de justificar sus intereses geopolíticos para ocupar la región postsoviética. Rusia, por su parte, está genuinamente interesada en mantener la paz, impidiendo que una de las partes ejerza violencia unilateralmente sobre la otra.
Moscú busca la estabilidad y la seguridad en toda la región circundante, mientras que la OTAN siempre ha visto el Cáucaso como una fuente interesante de tensiones para desestabilizar el entorno estratégico de Rusia.
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Fuente e Imagen: strategic-culture.su
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